domingo, 6 de mayo de 2007

Sobre Susan Sontag

La profesora de taller nos leyó algo de Susan Sontag, pero se me hizo largo y difícil de seguir al pie de la letra por estar, justamente, leído en voz alta.

De ella sé que es ésta y que murió hace poco.










De lo que ella decía escribí lo siguiente, pero no sé cuánta relación guarde con el motivo de su texto "Singularidad", así que cuando lo tenga impreso me voy a enterar:

A veces me pregunto si uno cuando escribe es, o intenta ser, una persona distinta de la que es, y empiezo a considerar que si uno escribe más para otro que para uno, o cuando se lee piensa que está escribiendo cosas que posiblemente no diría, eso no quiere decir que sea hipócrita, ni que sea una persona confundida ni mucho menos esquizofrénica, sino que está revelando otra faceta, una distinta que a lo mejor no se deja ver en otro momento que no sea cuando uno escribe. Y después de pensar esto a veces me mareo un poco, porque la pregunta es relativamente simple pero la respuesta parece muy compleja. Pero las personas son complejas.

Entonces me acuerdo de la época del secundario, cuando la cuestión de la personalidad adolescente está en primer plano, y nunca faltaba alguien que dijera de una persona que no tenía “personalidad” porque imitaba a otra persona, como buscándosele poner en órbita, viendo si era posible, por mera asociación de proximidad espacial o de carácter, recibir algún tipo de beneficio social (o no) que estuviera gozando la persona imitada. Y yo pensaba que a lo mejor ésa era en parte su personalidad: el acto de imitar a otra persona es lo que la puede definir como persona. Pero después me mareaba otra vez pensando que eso no debería ser considerada una característica de la personalidad, o por lo menos yo no podía ni quería pensar eso cuando hablo de alguien a quien veo cuatro o cinco horas por día, en el mismo lugar y en la misma franja horaria, haciendo las mismas cosas una, y otra, y otra vez, semana, tras semana, tras semana, durante nueve meses.

Supongo que en lo relativo a la escritura pasa más o menos lo mismo: lo divertido es que escribiendo uno puede ser diferente de la manera en que se muestra. Entre todas las hipocresías de la gente está, creo que en uno de los primeros lugares, la cuestión de “decir siempre lo que uno piensa”. La cosa es que decirlo supone que alguien esté escuchando, lo que en la mayoría de los casos también implica que esté de cuerpo presente, siendo todavía mucho más probable que esa persona tenga dos brazos y dos piernas (lo que no debería ser tomado literalmente, porque los yesos y las muletas y las prótesis son bastante duras también y lejos de dejarlo a uno “discapacitado” le pueden dar ciertas ventajas en este sentido), un par de oídos, y lo que es más importante (aunque no sé en qué orden de relevancia), ideas que serán distintas y un par de ojos para verlo a uno en el preciso momento en el que dice realmente lo que piensa. Y ahí hay que ver lo que a uno le pasa si dice algo controversial. U ofensivo. O socialmente incorrecto.

Y entonces me mareo de nuevo, pensando en la cuestión de si uno es lo que dice o lo que piensa, y si uno es lo que piensa, y no dice siempre lo que piensa, entonces uno no conoce realmente a muchas personas, o las conoce menos de lo que cree, a no ser que sepa lo que piense sin que lo diga, y esto sólo lo sabrán los psíquicos o los amigos. Es como esa paradoja del mentiroso, en la que si alguien dice “yo siempre miento”, es imposible saber si dice la verdad o no, porque si siempre miente, la frase “yo siempre miento” es verdad, y si está diciendo la verdad, es mentira que siempre miente. O esa otra paradoja que es igual de divertida y propia más bien del mundo escrito, que dice “La próxima oración es verdad (punto seguido). La oración anterior es mentira”.

Así que la escritura desde el punto de vista de la personalidad me resulta una cuestión interesante. Y confusa. Pero lo que creo es que la escritura puede convertirse en un medio que le permita a uno expresarse con más libertad (lo que no es garantía de que uno sea más sincero). Sobre todo si dice algo controversial, y más todavía si lo controversial es lo que realmente piensa, en cuyo caso sería mejor no hacerlo a través de una carta, donde alguien pueda leer el remitente (ni en persona, como dije antes), y ahora que lo pienso, eso es una buena razón por la que Internet se haya convertido un lugar tan habitado por las opiniones de las personas, y el motivo que les permite a gente como pepitoriver47 y bosteroloco85 seguir con sus vidas como si nada, gozando de la impunidad que facilita el anonimato.

En lo que a mi escritura se refiere, yo noto que puedo escribir cosas que no siempre digo, ni siempre pienso, y muchas veces las escribo y las exhibo con el puro gusto de provocar algo en alguien. Lo controversial y socialmente incorrecto es lo que más gusto me produce, disfrutando la ironía y el sarcasmo no sólo en lo que yo pueda intentar escribir sino también en lo que otros puedan hacer. La cuestión es que las ironías hacen una zanja profunda diferenciando lo que yo pienso de lo que escribo o digo por la forma en que lo estoy expresando. Así que la controversia muchas veces puede ser sólo aparente, y quien lea eso puede pensar igual.

También es cierto que esa especie de otro que escribe, que a esta altura no sé si realmente se trata de otro, o de uno, o de algo superior y superador de las dos cosas, tiene ideas propias. Por ejemplo, yo creo que lo mágico de la literatura narrativa no pasa por lo fantástico sino por lo verosímil. Esta es una cuestión que al “yo” cotidiano no se le presentaría. Entonces, el “yo” que escribe argumenta que si Freud explica lo siniestro por la aparición de algo extraño, malvado o del tipo que fuera en el universo perceptivo cotidiano de un sujeto, y sabiendo que uno se asusta de los vampiros y los monstruos y demás cosas de esa naturaleza como hasta los siete años, lo “mágico” de un cuento o una novela se encuentra, no en lo que nunca va a pasar ni en personajes imaginarios, sino en lo que alguna vez sí podría llegar a pasar, y en la posibilidad de conocer personajes más o menos reales. Aunque por otro lado también es cierto que lo imaginario y lo fantástico, o mejor dicho, lo que uno considera fantástico o imaginario, puede pasar, y lo que alguna vez podría llegar a pasar (lo verosímil) no pasa. Y en tal caso esa certeza que el “yo” que escribe tiene no es tan cierta. Pero habría que convencerlo de que no es así, porque el “yo” que escribe es el mismo que piensa eso.

Así que la escritura es inseparable de la personalidad. Y al mismo tiempo puede ser y no ser algo que uno piense. También es algo que uno creyó en un momento y no después, porque así como uno cambia, cambia también lo que escribe, cómo lo hace y la actitud que tiene hacia eso. Lo único que me parece estable en todo esto, y supongo que vale, es que nunca uno debería pretender conocer al otro por lo que escribe o escribió, ni considerar que eso lo representa, porque tanto puede ser que sí como que no. Salvo que lo lea mucho o lo tenga de amigo. O sea psíquico.

2 comentarios:

Sol! dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Sol! dijo...

Como no solamente escribe sino que le gusta pasarse al otro lado y leer lo que escriben los demás, Lucas se sorprende a veces de lo difícil que le resulta entender algunas cosas. No es que sean cuestiones particularmente abstrusas (horrible palabra, piensa Lucas que tiende a sopesarlas en la palma de la mano y familiarizase o rechazar según el color, el perfume o el tacto), pero de golpe hay como vidrio sucio entre él y lo que está leyendo, de donde impaciencia, relectura forzada, bronca en puerta y al final gran vuelo de la revista o libro hasta la pared más próxima con caída subsiguiente y húmedo plof.
Cuando las lecturas terminan así, Lucas se pregunta qué demonios ha podido ocurrir en el aparentemente obvio pasaje del comunicante al comunicado. Preguntar eso le cuesta mucho, porque en su caso no se plantea jamás esa cuestión y por más enraizado que esté el aire de su escritura, por más que algunas cosas sólo puedan venir y pasar al término de difíciles transcursos, Lucas no deja nunca de verificar si la venida es válida y si el paso se opera sin obstáculos mayores. Poco le importa la situación individual de los lectores, porque cree en una medida misteriosamente multiforme que en la mayoría de los casos cae como un trapo bien cortado, y por eso no es necesario ceder terreno ni en la venida ni en la ida: entre él y los demás se dará puente siempre que lo escrito nazca de semilla y no de injerto. En sus más delirantes invenciones algo hay a la vez de tan sencillo, de tan pajarito y escoba de quince. No se trata de escribir para los demás sino para uno mismo, pero uno mismo tiene que ser también los demás; tan elementary, my dear Watson, que basta de desconfianza, preguntarse si no habrá una inconsciente demagogia en esa corroboración entre remitente, mensaje y destinatario. Lucas mira en la palma de su mano la palabra `destinatario´, le acaricia apenas el pelaje y la devuelve a su limbo incierto; le importa un bledo el destinatario, puesto que lo tiene ahí a tiro, escribiendo lo que él lee y leyendo lo que él escribe, qué tanto joder”

(Julio Cortázar; Un tal Lucas: Lucas, sus comunicaciones).


Acometí en la compleja empresa que implica recordar, entre la maraña de posibilidades, en qué libro había leído este escrito. Cierto imán me llevó al tomo indicado y decidí citarlo.
Alguna vez hemos conversado sobre tu gusto por escribir textos polémicos y la distancia (o cercanía) que tienen con tu persona o, si se quiere, personalidad.
Citando los versos de Eliot, dice Bruner: “Preparamos un rostro para encontrar / los rostros que encontramos”. Lo maravilloso es que en el lenguaje siempre surge lo nuevo y uno puede rehacer la realidad.
En fin, habrá que ser psíquico o amigo para saber qué piensa realmente el escritor. Caso contrario, limítese a disfrutar de los mundos posibles.

Un beso y muy buen texto.