sábado, 26 de mayo de 2007

Sangre (¿sudor?) y lágrimas

Una advertencia:
dada la longitud del texto y mi deseo de que alguien alguna vez lea sobre las acciones detalladas más abajo, sugiero al lector impaciente ignorar el texto de color gris del principio.


Nunca supe hasta donde era cierto (o incluso si lo era o lo fue en algún momento) eso que a veces cuenta la gente que empieza a escribir, de que la escritura funciona como una manera de relajarse al vomitar palabras como para desintoxicarse de algo atragantado, venenoso y podrido que le revuelve el estómago y las ideas. A veces a lo mejor eso funciona como una excusa para escribir después otra cosa, lo que en verdad esa persona quiere escribir. En cierto sentido es probable que funcione así, que la necesidad de desembarazarse de algo complicado se convierta en el principio, la génesis de una actividad deseada, ansiada o incontenible. Esta es otra cosa que a veces encuentro interesante en la gente que escribe seguido y articula una especie de referencia sobre su práctica: una verborragia fulminante que los postra delante de algún mecanismo de escritura, como si se tratara de un dique que se resquebraja y deja pasar torrentadas tumultuosas de pensamientos. A mí nunca me pasó todavía en ese grado, pero puede ser que en este blog se empiece a reflejar este fenómeno.

Ahora que lo pienso en relación con este blog, me resulta interesante ver de qué manera las cosas que terminaron hoy se fueron decantando, cómo lo puede ver cualquiera además de mí porque las huellas fueron quedando en otras entradas, armando una trama muy real a la manera de las novelas por entregas (¿Saben dónde se pueden meter el parcial?..., Increíble pero real..., Tragedias y No, tetas no).

Supongo que todos tienen un ritual para entonarse depresivamente cuando las cosas salen torcidas. A mí, que me da por el arte y la creatividad, se me ocurrió reordenar la lista de música preciando los primeros lugares para el réquiem de Mozart, que por su parte tiene también su historia tétrica, que en realidad no viene al caso por lo menos en este momento. Ahora que escucho algunos temas, y ahora que también hay algo de distancia horaria con los hechos que intento relatar, buscando convertir a ésta en la entrada más larga de todos los tiempos, me resulta cómico escuchar el Dies Irae mientras escribo esto. "La ira de Dios". Eso es Dies Irae. Claro que en un réquiem tiene sentido mientras se pide piedad por los muertos y el creyente agacha la cabeza al son de los tremendos coros vociferantes de Mozart. Pero esta música se han cansado de reproducirla acompañando imágenes (en movimiento o no) cuya animosidad es opuesta a la que busca llegar el Dies Irae en su concepción original, intentando conseguir ese efecto particular que sale de la mezcla cuando se acompaña una escena, supongamos, donde cómicamente a un vendedor ambulante de panchos se le desliza el carrito por una bajada amenazando la vida de una viejecita en andaderas que está a punto de cruzar la calle cien metros más adelante; y aunque ahora no puedo recordar ejemplos concretos, sé que están en alguna parte. Al final triunfa en el imaginario colectivo una representación de este tipo del Dies Irae, pero yo (y mucha gente más) puedo identificarme en este caso con cualquiera de las dos, la original del siglo XVII y la contemporánea. Así que ahí está la comicidad, y la cosa no tan cómica.

Cuando leí por primera vez lo de las profecías autocumplidas (esa creencia psicológica de que si uno cree que le va a ir mal durante una circunstancia que al individuo le parece digna de reflexión anticipativa, por predisponerse negativamente desde el principio, le va a terminar yendo mal) no le tuve mucha fe. Supuse entonces (y sigo suponiendo, supongo) que en realidad algunas cosas merecen que uno les tenga miedo o aprehensión al principio, en los momentos límite, antes de que algo, eso a lo que uno se refiere, ocurra. Y que por ello es imposible que las cosas salgan mal, porque el problema no está en el inconsciente de uno sino en la cosa misma, y que si las cosas salen mal sólo parece así porque la interpretación de uno sobre el hecho es lo negativo antes que el resultado objetivo más bien real. Para decirlo en fácil y no en el lenguaje de las 00.49 am.: si voy al cajero, saco $ 500 y de un porrazo letal en la cabeza me los afanan cuando salgo, esta situación, que yo supuse que iba a pasar, se realiza de manera independiente de lo que al final yo terminé creyendo. Salvo, por supuesto, que, sabiéndolo yo de antemano que me iban a reventar, haya decidido sacar la plata igual. Pero esto no sé hasta que punto se transforma en una profecía autocumplida. Parece más bien un acto de ignorancia o irreflexión; entiendo que las profecías autocumplidas hacen referencia a ciertas formas en que el sujeto obra durante el transcurso de su vida ordinaria, e inconscientemente van armando el circuito de fichas de dominó que se desploman de manera lastimosa en la resolución hasta terminar en un patético "Yo sabía que esto iba a terminar así" o "Ya me parecía que las cosas estaban yendo muy bien" y demás.

Todo esto para no decir nada que resulte nuevo o novedoso a quien pueda llegar a leer esto alguna vez, como esos blogs viejos de los que hablo que parecen una máquina del tiempo al estado de ánimo de una persona que desapareció sin dejar rastro.

Pero como tengo que escribir necesariamente un texto más o menos oficial para presentar en circunstancias más o menos formales el próximo lunes, la práctica de escritura orientada a verificar la validez de la afirmación "Yo escribo para hacer catarsis" resulta un ejercicio interesante para el Yo de ahora y el Yo del futuro que alguna vez mirará hacia atrás y va a pensar en mejores términos acerca de lo que pasó.

Ya venía pensando que esta semana que acaba de terminar iba a ser mi "semana del terror" (no "de" terror, porque significa más bien otra cosa). Yo le estaba dando el sentido a la palabra "terror" que se le había dado a la época histórica que sucedió a la Revolución Francesa cuando el pueblo se entusiasmó con la guillotina, el famoso (para algunos, porque para otros "famoso" es el chorro de GH 2007) "Reino del Terror". Todo esto yo lo sabía porque lo investigué cuando hice el ensayo final sobre violencia para taller de expresión escrita el año pasado, de manera que no soy ningún erudito en este tema (ni en ningún otro), sino simplemente alguien enterado a quien la historia le llegó casi por mera casualidad. Esta "semana del terror" sería mi profecía autocumplida.

De una manera u otra, y esto es lo divertido (más o menos), esas cosas que me fueron dando la impresión de que se avecinaba algo terrorífico fueron transformándose en algo menos negativo.

Primero, mi trabajo de taller audiovisual salió en el colectivo casi de corrido cuatro días antes de la entrega. Después, el miedo al dibujo patético en las viñetas del storyboard desapareció bajo la tremenda influencia de las cosas que tenía que estudiar para dar parcial hoy (ayer, en realidad porque "hoy" ya es domingo), de manera que mi miedo de ser patético se esfumó. El día martes el profesor de taller hizo una especie de consulta sobre si debía hacer paro o no el día de la entrega, permitiendo que en el horizonte se vislumbrara la posibilidad de posponer la entrega, lo que me dejaría pasar más tiempo estudiando y menos frustrándome dibujando. El miércoles el profesor decretó que la fecha de entrega se posponía una semana porque había decidido, luego de que expresamos nuestra opinión por medio de correos electrónicos plagados de sentimentalismos políticos (otros no tanto), acatar la medida sindical. Pensé que nada podría ya salir mal, o por lo menos no tanto como lo suponía. Así que con los dibujos de los cuatro primeros planos del corto, gran parte del guión técnico escrito y esta decisión, no dibujé más y me dediqué a estudiar.

La gran pregunta entonces fue "¿quién se queda con el gato (que al final resultó ser una gata) este fin de semana largo?". Yo me ofrecí. Claro que el problema era el perro, pero es mansito. Así que la gata se vino a casa. Creo que gran parte de la forma en que terminaron saliendo las cosas vinieron directa o indirectamente de esto.

Ya bastante difícil es concentrarse para estudiar temas complejos, largos y variados, como para que a esa situación se agregue una gata cuya presencia no estimula, como manda la naturaleza, el estómago del perro sino sus genitales. Bastaba la sola presencia de la gata para que el perro se excitara y se convirtiera en el mayor y más viril galán del barrio (canino, humano, gatuno, de cualquier especie). Era por cierto un resultado inimaginado (e inimaginable). Yo había dedicado el tiempo previsto del almuerzo a investigar en Internet de qué manera era conveniente presentar en sociedad a perros y gatos, descubriendo que no hacían falta grandes precauciones. Lo que estos artículos no prevían, ni yo ni nadie, para tal caso, era qué hacer en caso de que se presentara el amor excesivo en vez de los instintos naturales de perseguir la presa. Bueno, en cierta forma mi perro quiere perseguir a la presa, pero no para comérsela, sino para convertirla en otra especia de presa. Para comérsela con jota. ¿O es con ge?

Me habían advertido en la oficina que no consintiera a la gata en su práctica de confundir las orejas por tetas. Eso fue imposible. Apenas me fui a acostar el jueves a la noche, como a eso de la una de la mañana, después de una casi media jornada de estudio, me acechó en la cama y me persiguió en la oscuridad hasta encontrar lo que quería, como gata que es. Todavía no sé cómo mierda pude dormirme con el ronroneo constante adentro del oído. Varias veces más hizo esto, incluso en las primeras horas de la mañana, cuando la encontré encima de la cabeza, torciéndome el cuello por su propio peso, prendida con los dientes a mi oreja izquierda. Linda manera de despertar.

Y así pasó casi todo el viernes también, la gata y yo recluidos en mi habitación, evitando la libido del perro (tanto ella como yo, porque a decir verdad, si él no la encontraba a ella, encontraba la pierna de cualquiera y era imposible convivir con semejante ímpetu sexual). Cada tanto se subió con hambre a mi hombro, confundiendo por enésima vez la oreja con una teta enmarañada entre los rulos, a lo que yo debía cada vez, una y otra, y otra vez bajarla y ponerla delante de la taza de leche y alimento balanceado, y ella comía y tomaba y después se dormía hasta que despertaba y quería repetir la rutina.

Durante estos dos días, mientras estudiaba, viví rodeado no sólo de los modales de la gata, sobre todo cuando dormía, con esa increíble capacidad que tiene para transmitir con elocuencia lo que es en realidad "tener sueño" (y esto lo expresaba desperezándose en la silla a mi lado mientras yo intentaba leer), sino también de pensamientos oscuros.

Yo creo que los parciales despiertan a veces sentimientos oscuros y negativos. Y pienso esto porque no me considero una persona oscura y negativa, aunque como todo el mundo tengo mis días oscuros y negativos como hoy (ayer). Por lo menos yo encuentro que mientras más concentración se me requiere, más se agita el costado creativo de mi cabeza y se me ocurren como seis ideas para escribir algo, para modificar algo escrito, o se me cruzan terribles imágenes del perro comiéndose a la tierna e inocente gatita, o de encontrarla muerta en el depósito de la oficina después de haberse aventurado demasiado y de haber comido el veneno para las ratas, que hace meses que está ahí, ubicado en recovecos secretos que sólo el tipo de la empresa de control de plagas sabe (que como dato de color cabría mencionar que tiene mi mismo apellido). Voy a excusarme de esta muy mala, pésima impresión que pueden dar estas ideas al mismo tiempo que justifico, con las mismas palabras y de manera indirecta, esta consideración de que los parciales atraen pensamientos oscuros: ya una vez nos pasó en la oficina que una paloma que había entrado jovialmente al depósito una tarde apareció muerta al día siguiente por haber comido veneno de ratas; también encontramos hace poco una ratita atontada por el veneno, agonizante, que nadie se animaba a finiquitar, salvo uno de los obreros, que le pisó la cabeza de un tremendo zapatazo que tuve la desgracia de presenciar, hasta que a la ratita se le escapó el cerebro por las narices en una sangre espesa y extraña (y explico esta escena a quien alguna vez lea esto para justificar mejor la aparición de las imágenes funestas mientras estudiaba). Al margen de esto, considero igualmente que el zapatazo era lo más humano, porque la agonía es mucho peor. Y para ser honesto, yo había pensado torcerle el cuello, pero nunca creo que pueda juntar el coraje para hacer tal cosa, a pesar de la creencia de que sería lo más humano. Para explicarlas mejor a estas escenas podría decir también que gran parte de ese ensayo sobre la violencia estaba centrado en el dolor, la tortura y el sufrimiento, y no es que yo sea una persona negativa, pero el tema está relacionado con todas esas cosas, y desde que lo escribí la perspectiva que tengo sobre estos asuntos es completamente distinta. Pero esto es otra cosa.

(Guau. Acabo de hacer una vista previa de la entrada y es MUY LARGA. Ya hace como dos horas que escribo sin corregir. Ojalá me sirva. Igual nadie está leyendo a esta altura, y el idiota que sigue cuando lea que todavía falta un montón, va a dejar.)

Así que esto pasó durante estos días. Dios, si existe en alguna parte, sabe que yo me apliqué igualmente. Estudié todo el día viernes, ignorando el hecho de que los compromisos "facultativos" (o sea, de la facultad, que no se dice así pero a esta altura me parece que queda mejor que "académicos") me habían quitado el privilegio de disfrutar del feriado del 1º de mayo y ahora, del 25. Hasta fui capaz de ver a los textos de diferente manera, no como un obstáculo entre uno y la materia sino como personitas que explicaban al pobre alumno lo que necesitaba saber para que no lo sodomizaran académicamente en el parcial. (Si ya estaba viendo personitas realmente estaba estropeado.) Estudié sin protestar, estudié sin renegar de la complejidad de los textos, pero así y todo, cuanto leía me rebotaba en la frente. Sinceramente no sé por qué, pero no podía concentrarme de ninguna manera, hasta que por primera vez sentí que "no sabía nada" en serio. Ya existe en uno la sensación de que todo lo que estudió no va a poder ser evocado durante el examen, aunque es probable que esta sensación sea un espejismo, porque uno logra casi por medio de un milagro o una interacción divina recapitular la mayoría de las cosas que leyó. Pero esta vez, por más que hiciera fuerza, no podía evocar nada, o apenas muy poco, dándome la certera impresión de que aquello de ninguna manera sería suficiente durante el parcial.

Concluyendo esta entrada larguísima, que ya debería hasta tener subtítulos y todo (tttttttttttttttrty8/gççççççççççççççççççççççççççç gata en el teclado), voy a contentarme con decir que decidí dar la cara y rendir parcial con lo poco que conocía (o creía que conocía). La idea de que hay un final obligatorio me dio fuerzas para creer que el cuatro me bastaba, y que seguramente lo poco que sabía (o creía que sabía) me iba a garantizar la nota.

Con mucha decisión y el estómago revuelto, me tomé el colectivo como siempre hasta la estación Leandro Nicéforo Alem (sí, a mí también me sorprendió saber que la ene era de Nicéforo) de la línea B.



En la estación Leandro N. Alem, saqué un Subtepass de dos viajes.





Esperé el subte con mucho miedo, sinceramente. Creía de verdad que me iba a ir mal. La verdad era que tenía vergüenza de sacarme una pésima nota. Esperé largo rato, y cada segundo que pasaba me hacía sentir peor. Por la tele del subte dieron un micro de los muchachos de efectolima (entrada sobre efectolima). Dieron "El noticiero de Santa". Espectacular.




Pasó el noticiero de Santa y yo seguía esperando. Ya era tarde; yo tenía que rendir a la una y eran las 12.40 pm. Algo, que nunca andaba mal, hoy (ayer) anduvo como el orto. Jamás me había pasado. "El subte está haciendo servicio restringido entre Los Incas y Carlos Pellegrini". A la mierda. Y yo tengo que dar parcial.

La gente se aglutinó conformando un coágulo insistente que reclamaba de vuelta sus setenta centavos o prometía la destrucción ígnea de la boletería. Bueno, no exactamente en esos términos sino más bien en los de una masa espesa de personas agolpadas y desesperadas por monedas. Yo no podía recuperarlos. No tenía tiempo de hacer la cola, así que salí disparado de la estación. Guardé trabajosamente el apunte que todavía leía con esperanzas de afianzar el conocimiento que me venía esquivando desde hacía dos días. Rescaté del fondo del bolso la guía T y me ubiqué en el mapa de la zona.




A partir de entonces tuve varias experiencias, o momentos.

Durante un momento medio fucsia marcado en el mapita, salí de la estación del subte, crucé la plaza Roma, y sobre Tucumán esperé el 99. Este colectivo sube por Tucumán, dobla luego en una paralela a Alem hacia la derecha y retoma por Córdoba, que luego se transforma en Estado de Israel y después en Ángel Gallardo y me deja a unas cuadras de la facultad. Yo ya había tomado este colectivo el año pasado, durante una crisis subterránea similar. Estando en la parada del colectivo, miré hacia atrás y vi que cruzando Alem, Tucumán, por esa calle donde el colectivo tenía que seguir, la calle estaba cortada por una multitud de personas y una carpa negra. Supuse enseguida que se estaba haciendo una filmación (que marqué debidamente con una cruz gris). Y supuse también que el colectivo iba a retomar la avenida Alem y después Córdoba. Craso error. Vi desfilar delante de mí, uno, dos y tres colectivos que no pararon donde yo los esperaba.

En mi momento violeta, dí una vuelta a la manzana, buscando otra parada del colectivo para anticiparme a que me dejara plantado otra vez, pero no encontré ninguna a lo largo del trayecto. Volví a la parada original.

En mi momento azul, pensé ir hacia la calle por la cual el colectivo parecía estar desviando. Creí que iba a parar. Supuse que los colectiveros sabían del corte y desviaban el recorrido por una instrucción de la empresa. Y siempre que los colectivos desvían, paran a cualquiera en cualquier parte del recorrido desviado. Por lo menos esa era mi experiencia. Craso error. El único que pasó, no me paró. Entonces volví sobre mis pasos a la parada para ver qué hacer.

Tuve mi momento verde. Fui por Alem buscando nuevamente una parada más del 99 y la encontré justo a la salida del subte. Esperé largo rato. Justo cuando parecía que no iba a venir, un 99 apareció detrás de un 152 que lo escondía detrás. Pero en vez de venir hacia donde yo estaba, desvío y dobló por Corrientes. Por supuesto que yo no estaba listo para semejante circunstancia, y, por supuesto, le pegué cinco piñas bastante fuerte al caño de la parada de colectivos, y me lastimé un nudillo.

En mi momento marrón decidí que ya había tenido suficiente, y que era hora de irme a casa. No soportaba la situación. Tanta amargura sumada a tanta ignorancia me acobardó. Crucé la avenida para tomarme el colectivo que me llevara de vuelta a mi casa.

Entonces tuve mi momento negro. Me dije que no podía dejarme vencer así de fácil, que no podría buscar jamás la escapatoria de esa manera. Que estaba bien cagarse encima pero no tanto. Entonces caminé a los saltos hasta el obelisco y en Carlos Pellegrini me tomé el subte.



En el reverso del Subtepass que compré en Alem se ven todos los detalles: Estación ALM (ALEM, entré a las 12.29, media hora antes de rendir). A Carlos Pellegrini (CPE), a las 13.35, media hora más tarde de la hora a la que tenía que estar en la facultad. Claro, esto parecerá idiota, pero no. La profesora nos había dicho que si alguien no podía estar a la una por razones laborales, cayera más tarde porque el aula estaba disponible hasta las 16 hs.

En la estación Carlos Pellegrini me subí al primer tren que vi. Para mi sorpresa, y juro que esto es verdad, el tren, en vez de ir hacia la cabecera de Los Incas, pegó la vuelta hacia Alem, donde me habían dicho una hora atrás que el servicio estaba restringido. Entonces tuve que esperar todavía más para llegar a la facultad. Y en cada segundo yo tenía el corazón en la garganta, porque sabía que me iban a reventar en el parcial. El subte arrancó por fin y a eso de las 14 llegué a la puerta del aula. Tendría exactamente dos horas para dar el parcial. Me asomé por la ventana y vi un montón de gente rindiendo. Entonces, por fin, entré en pánico, pegué la media vuelta y me volví a casa. Sí, pánico. Pánico como nunca había sentido antes, y eso que una vez me amenazaron con cagarme a trompadas y después de la advertencia seguí interactuando con la persona que me amenazaba. Esto era pánico de verdad. Peor que el miedo escénico, y eso que yo actué en una obra de teatro con todas las pilas, sin ser actor. Y canté, sin saber entonar una nota. Era miedo de verdad.

La imagen del Subtepass infame de la estación Ángel Gallardo me va a perseguir un buen tiempo.


Lo mismo que la del boleto del 152 que tomé para volverme a casa.



Y bueno. Daré el recuperatorio. Sin miedo. La verdad es que me pasó de todo. Y yo y Dios sabemos (si existe) que le puse toda la onda del mundo.

No hay mejor imagen para constatar mi esfuerzo y todo lo que pasó que el apunte ensangrentado (y la sangre sí, es de verdad). Y ya son las 3.36 am y me voy a dormir, si la gata me deja. Aunque seguro que ahora no necesito descansar bien, no me va a complicar la existencia.

4 comentarios:

Sol! dijo...

Partidaria de que no siempre hacemos lo que queremos, sino más bien lo que podemos, Nahu, creo que esto es una experiencia más en la carrera. Todo el desastre del transporte en una situación así lleva a cualquier persona al borde de los nervios. No te des con un palo por esto, Nahu. Ya vas a rendir el examen en la fecha que hables con la profesora, te va a ir bien y esto va a ser un mal recuerdo.

Te mando un beso grande.

Nahuel dijo...

El borde de los nervios los crucé hace laaaaargo rato. Y no está bueno del otro lado. Ey, ¡qué buen título para una entrada! "El borde de los nervios". Vos que decís, ¿la creatividad me salvará? ¿Es cierto lo de la escritura terapéutica? ¿Mis ideas traumarán a alguien?

Igual hubo tantas cosas que me hincharon...

Sol! dijo...

Había escrito otra cosa. Naturalmente, se borró. Y se borró mientras buscaba este escrito en la blogosfera de un amigo. Si la escritura es o no terapéutica, no lo sé. Pero de hecho, poco importan las certezas si a uno la escritura le hace bien. Y así con todo. Y sobre lo otro, no creo que traumes a nadie, pero aún así, ese no es problema del escritor.
Te dejo el texto que buscaba. Todos vacilamos en los vericuetos de estas dos clases:


Los simples poco esperan, lo mismo,
y lo reciben y cuidan intuyendo
vagamente que Dios impele los sonidos
y a la vez alerta.

Los sofisticados
analizan, examinan, consultan
espejos en lugar de entregarse
a lo que provoca una sensación,
o al dolor que provoca un goce,
y elaboran abstracciones, jamás
reconocerían por el contacto físico con algo
el conocimiento del género de ese algo.

Mientras los simples,
actores natos, espontáneos,
se identifican con lo que se les pide,
los sofisticados no vacilan
en concluir que carne y hueso
sólo cuentan en la mente,
ilusorios contornos.

Sin discutirlo, unos
pretenden que todo corresponde
a un tiempo, pertenece a un sitio,
y otros fluctúan, escépticos,
del pensamiento al vacío:

Y así,
Cuando el simple Bloom aferra un cuchillo
meramente está aferrando un cuchillo,
en tanto que al sofisticado Dedalus
su tacto no le sirve, no mantiene
presente sino la idea de cuchillo
y se excita más por lo que le transmite
(incesantes sacrilegios, césares inmolados),
que por puntas y filos de acero
en manos de Bloom.

Los simples se saborean,
los sofisticados envilecen
adoptando la cosa como idea
y la idea como cosa.

Alberto Girri, «Los simples y los sofisticados»

Nahuel dijo...

Guau. Está bueno, y a propósito del texto, si no me equivoco se hace mención a unos personajes del "Ulises" de Joyce, una novela que alguna vez quisiera leer pero no sé si me da el cuero.

Ahora, con toda la paz que puedo acumular, me voy a terminar el dichoso trabajo del storyboard. Lástima que siempre que uno tiene que hacer algo se le ocurre otra cosa para escribir. ¿No es molesto eso?