lunes, 7 de mayo de 2007

El fútbol espectáculo

Ahora que veía en TN lo de unos hinchas de River que se apuñalaron y terminaron en el Pirovano, me acordé de este texto, que aunque tiene un tiempo me resulta divertido todavía hoy y apropiado.

Ya sabemos que el fútbol es un deporte que da para todo. Si hay alguien que sabe de esto mejor que nadie, es el argentino. En canchas como la gente y en potreros estropeados, la pasión por este deporte parece que fuera la misma. Eso es lo divertido del fútbol: ¿qué es, más deporte que sentimiento o es pasión por sobre todas las cosas? Muchos dirían que no existe el domingo si no hay fútbol.

Pero también están los más negativos, quienes piensan mal del fútbol, y dicen que no es tal si no hay violencia. ¿De dónde sacarán el coraje para atreverse a decir esto del más grandioso deporte argentino después del pato, que es el deporte nacional, decir que el fútbol, pasión de todos, es violento?

Todos, o casi todos, podrían coincidir en que el deporte exalta ciertos valores. Al menos es el discurso popular. Yo creo que el error de las personas que piensan mal del fútbol radica en la ignorancia de ciertos valores. Un jugador que tira una patada voladora al rival que se acerca con la pelota al área cuando la amenaza de gol inminente, y después alza las manos como desentendiéndose del tema, apoyado por sus compañeros, que también alzan las manos buscando persuadir al árbitro de que no hubo tal falta y que el rival reventado en el suelo está fingiendo para sacar ventaja, ¿no está siendo leal con el equipo y los hinchas, no está dejando todo, literalmente, en el campo de juego? Es cierto que cometió una grave falta penada por el reglamento. Pero esto no debe tener importancia, porque, como todos sabemos, el gol argentino más famoso de todos los tiempos se hizo con la mano.

Pero quienes piensan mal del fútbol creen que la violencia pasa también del alambrado para afuera. Yo preferiría decir que los valores también están ahí. ¿Acaso no son las barras bravas grandes grupos de amigos que van a pelear todos para uno y uno para todos, llegado el caso, con quienes los ofendan, en defensa de su honor, el de su equipo o el de sus madres? En las escaramuzas ocasionales, ¿no demuestran coraje, valor y determinación, las mismas cualidades que podríamos atribuirle al general San Martín, el libertador de América, sobre todo cuando se enfrentan a efectivos policiales tanto mejor equipados, entrenados y disciplinados que ellos? Las hinchadas efervescentes se defienden con arte e ingenio, atributos completamente humanos, echando mano de sillas plásticas o cascotes de ladrillo y cemento para defenderse como lo haría David del terrible Goliat policial, y hasta a veces nos regalan desde la popular una escena milenaria, repetida seguramente en decenas de pinturas rupestres, el momento decisivo para la humanidad en que el hombre prehistórico descubre el fuego y aprende a dominarlo. Estas escenas son empardadas sólo por las recreaciones precarias pero eficientes de diversas disciplinas olímpicas, como el lanzamiento de martillo, el boxeo o la carrera con obstáculos que se desarrolla entre la cancha y la estación de tren, aunque con el incentivo de la policía montada cabalgando en persecución con los bastones en alto.

Los detractores del fútbol no pueden ser indiferentes a esta poesía dominical. Y deberían recordar que en sus orígenes el deporte surge como una actividad que buscaba reemplazar el entretenimiento global de la humanidad durante siglos: la guerra misma. Una prueba elocuente de esto son las analogías de carácter militar que suelen emplearse en el deporte, como capitán, defensa y ataque. Entonces, lo único de lo que podemos culpar a nuestro fútbol es de que no está cumpliendo con la regla universal de los deportes: no está sublimando los deseos de guerra porque es la guerra misma.

No hay comentarios.: