sábado, 26 de enero de 2008

Dexter



I’ve found out who the Ice Truck Killer is on the Showtime series “Dexter” that premieres on FOX next march. Knowing that the show was so good, I couldn’t resist watching it before it premiered. “Nandoguy”, on You Tube, posted every episode from seasons 1 & 2. The quality isn’t too good, but I prefer watching it there than downloading 300 mb episodes.

The orthopedist that fixes up Tony Tucci’s severed limbs is the Ice Truck Killer. Sorry.

Also, I found out who he was on the eighth episode, the episode before his identity was revealed. I feel a little disappointed by that. I don’t usually guess who’s the bad guy, and I think I found out because they made it too easy, maybe they’ve written a bad episode, or a faulty story arc.

But it’s possible I found out who he was because I’ve been having “Dexter” marathons since last Thursday. If you have to wait a whole week before a new episode, maybe your instincts don’t work as well.

Beware those who want to watch the episodes on You Tube, for they do not have subtitles.

And yes, it's been a while since I wrote a sentence in english. Almost five years.

martes, 22 de enero de 2008

Syriana

Hoy volví a ver "Syriana" por segunda vez (lo que quiere decir 3 veces). La primera fue en DVD, la segunda creo que en VHS, y la tercera en Cinemax esta noche. No voy a hacer una crítica de la película. Estoy escuchando la radio, así que no puedo escuchar gente hablando y escribir, así que esto va a ser breve.

Primero: la película es muy complicada. Hoy la tuve que ver sentado en el borde de la silla, los cinco sentidos metidos dentro del televisor, y siendo la tercera vez, después de haberla visto en otras dos oportunidades y de haber leído la sinopsis en Wikipedia, la entendí bien. Completamente, sin tener cabos sueltos. La primera vez, bueno, vaya y pase. Uno no está sobre aviso de las dificultades y entreveros de la trama. La segunda, uno presta atención, o cree que presta atención, porque evidentemente no fue la necesaria si queda algún cabo suelto. La tercera vez no falla.

Rogert Ebert, un crítico estadounidense que parece ser una eminencia (digo parece ser porque veo que es considerado como tal, pero yo no sé si la cosa sea tan así, y no porque lo haya leído y esté siendo despectivo, sino porque no lo conozco tan bien como para decir si es o no es una eminencia), dice, con un buen criterio, con tan buen criterio que uno quisiera tomar como propio lo que dice, de tan cierto, que no es necesario entender completamente la complicada trama de la película, porque los propios personajes, que encarnan lugares ocupados por personas en el mundo real, tampoco entienden bien en qué están metidos. Porque los entreveros del mundo real están muy entreverados de verdad, y uno no sabe quién es quién, ni qué quiere en realidad, y todo eso. ¿Por qué tengo que entender yo, espectador, lo que ellos mismos (los personajes) no son capaces de entender? Eso es lo que dice, no sic.

Segundo: En un plano muy cerca del final de la película es a Matt Damon, y no su a personaje, que se le cae un teléfono celular al asfalto hirviente de una ruta al bajarse de una camioneta 4x4. Y digo es a él y no a su personaje porque el incidente no revela una necesidad dramática sino un accidente real que transcurrió durante la filmación del plano. Cuando pasan estos imprevistos, el director o los actores suspenden el rodaje de la toma, o se filma hasta el final y se repite la toma, y en edición se reemplaza por una toma sin accidente.


Lo Primero es muy importante, porque dice "al carajo Syd Field", más o menos. Estéticamente, la desorientación espectatorial tiene una importancia que, lejos de impedir el goce fílmico, lo vigoriza. Parecería ser que el metarrazonamiento involucrado en darse cuenta que uno no tiene que entender todo lo que pasa, porque así uno disfruta más de algo que no entiende por completo (entiendo que no tengo que entender), funciona en un manojo de espectadores. Las cosas que tienen que entenderse en "Syriana" se entienden perfectamente. Ebert dice que tal vez no entienda "cómo todo está relacionado", pero que sí logra comprender las cosas que pasan. Y cuando pasan cosas como "Syriana", algunos cerebros, probablemente no los del promedio, tienen orgasmos intelectuales.

(Voy a poner como interpretante una opinión que sí es una crítica. En la película "Bringing Out the Dead", una de las obras menos conocidas de Martin Scorsese, Nicholas Cage interpreta a un paramédico hastiado que está empezando a perder la razón. En el hospital donde deja los contusos que pasea en su ambulancia, hay un policía afroamericano que siempre tiene puestos unos aviadores Ray-Ban, en plena guardia, en plena noche. Y en la sala de emergencias del hospital, todos están descontrolados de una manera inverosímil, y un enfermo esposado a una camilla, o a una reja, pero esposado al fin, pide agua a los gritos. Uno ve esa escena y piensa que eso no es normal, y que hasta parece ridícula, o, bien dicho, inverosímil. Esa es la gracia. Es inverosímil. Pero no creo que se deba a un error del realizador, del vestuarista, de los productores o de los actores. El personaje de Nicholas Cage está perdiendo la razón. El policía, como la sala de emergencias descontrolada, no parece ser más que una realización estereotipada de lo que se suponen que son los policías malos, o las alborotadas guardias de los hospitales públicos. En los ojos del espectador, el policía y la sala de emergencias se ven "raro", como los ve igual de "raros" el personaje de Nicholas Cage en su desorientada imaginación sin criterio ni cordura. Así, muchos vieron la película y le dieron malas críticas. Otros no tanto. Ebert es uno de esos que hablan bien, pero no dije nada que él haya dicho. Cuando te das cuenta de que no estás viendo algo "literal", el goce estético es mayor. Porque sos capaz de "leer" en la obra de ficción audiovisual, más de un nivel, por encima de un nivel. El literal es idiota, inverosímil; el profundo, el estereotipado a propósito, es estético. Es como una especie de metalenguaje incrustado en la película.)

Lo Segundo es importante en términos del verosímil audiovisual, por lo menos desde donde yo lo estoy viendo. No hay nada que aparezca en una obra de ficción audiovisual que no esconda detrás una pesada necesidad dramática. A nadie se le traba la lengua cuando habla, a nadie se le olvida lo que estaba diciendo durante una conversación, a nadie se le cae un teléfono celular, y cuando la heroína tose, no es un resfriado. Es tuberculosis, neumonía, SIDA, muerte. No hay risa sin razón, o déjà-vu. Ahora, yo diría que es porque la gente fue acostumbrada, película tras película paradigmática, como diría Syd Field, a leer entre líneas todo lo que pasa. Y todo lo que pasa, pasa por una razón. ¿Por qué mostraríamos en una película cosas que pasan sin razón, como en la vida real? ¿Por qué habría la heroína de la obra tener un resfriado un día, y no otro? Cuando la gente está acostumbrada (adiestrada) a ver, en todo lo que ve en una pantalla fluorescente o en una tela iluminada, que todo lo que pasa sucede por una razón, ya no pasan cosas sin razón. Yo creo que mostrar las cosas que suceden sin razón bajaría los personajes del éter actoral a un mundo más verdadero, más identificable con el espectador, y, por lo tanto, sus actuaciones, y su mundo ficcional, serían más verosímiles. Pero cuando pasan cosas como esa, cuando un celular se cae al suelo, distrae la atención. El perro olfatea el aire y se pregunta: ¿por qué cayó ese celular? Inmediatamente, la atención se va a otra parte, y menos permanece donde debería, en la obra de ficción audiovisual.

Breve.

viernes, 11 de enero de 2008

Estructurado 2

Estuve haciendo algunos progresos desde la última vez.

Ahora tengo un panorama más nítido de toda la cuestión. Me doy cuenta de una cosa muy importante: el imbécil de Syd Field tiene razón cuando dice que todas las películas se ajustan a su "paradigma". Lógicamente, obedece a una cuestión de estupidización general, porque no es posible justificar la uniformidad de la industria cinematográfica con la exigencia de que en diez minutos, el descerebrado que aprueba el guión en las entrañas burocráticas de un estudio de cine tiene que estar enterado de quién es el personaje principal, cuál es el conflicto, y cuál es la situación. No todas las películas tienen que hacerse entender en diez minutos, o diez páginas. Y esto es tan cierto como que las películas no funcionan solamente a un nivel, que es el del guión. Hay muchas cuestiones estéticas que están por encima de cualquier estupidez que pueda decir Syd Field. Aunque lo cierto es que esas cosas no son las que interesan al grueso mediocre de la población general que gasta plata en el cine, para desenchufar el fantasma esquelético que tienen por cerebro de la rutina cotidiana, o del mundo real, o vaya a saber uno de qué.

Las comedias románticas son muy mediocres, en varios niveles. No creo que haya una aspiración estética en los realizadores que se desempeñan en el género, aunque a veces pueda contribuir a hacer de una historia dada, otra que es diferente por completo.

Encontré después de algunas observaciones que todas repiten una estructura, y que esa estructura es la de Syd Field. No es que el género tenga una estructura propia, como yo había pensado, sino más bien una colección de temas y motivos que visitan una y otra vez, y son siempre los mismos. Esto puede no resultar revelador, porque todos los géneros tienen un cierto número de temas y motivos que le son propios.

Lo original de la cuestión está en la recurrencia de un recurso narrativo, que es el de la mentira blanca o pequeño engaño que separa a chico y chica. Uno puede decir que el género garantiza el final de la historia, el final feliz. Las comedias no terminan como las tragedias. No hay muertes, ni separaciones, ni finales infelices. Así que no habría mucho criterio en entrar a cuestionarse el funcionamiento de las obras que se ubican dentro de determinado género, porque el mismo género establece las reglas que controlan la estructura narrativa de cada historia particular.

Uno puede decir que gracias al género sabe más o menos cómo va a ser la historia, y que lo malo que pase durante la narración, eventualmente se corrige porque todo va a terminar bien tarde o temprano. Y así, cualquier intento de describir un molde se muestra inútil.

Pero nada dice que siempre se tengan que usar los mismos motivos, ni las mismas caracterizaciones para los personajes, ni los mismos desenlaces, sin importar lo que diga el género. Eso es lo que hace ruido, y lo que da la impresión de que todas las comedias románticas son iguales.

Necesito mis viejos apuntes de semiótica I y algunas cosas de retórica. Por ahora, lo que hay es esto:

Las idioteces de Syd Field:

Principio + Punto de giro 1/Medio + Punto de giro 2/Final

Ambos puntos de giro son de la misma naturaleza para la mayoría de las obras del género, siendo el primer punto de giro el encuentro entre los dos personajes, o el enamoramiento repentino de Chico por Chica, o al revés, siendo, en definitiva, el que, luego de una presentación de ambos personajes y de sus estilos y formas de ser propios y preferiblemente disímiles, muestra que la historia ahora se trata de la conquista, o del tipo de vida que pueden llevar, o intentar llevar juntos; siendo el segundo punto de giro el que amenaza con la ruptura de la reciente pareja, la mentira blanca o pequeño engaño que, en más de una ocasión, se esconde bajo uno de los siguientes tres motivos recurrentes:

- Infidelidad: un pequeño desliz, involuntario, cometido por Chico o Chica con alguna de sus parejas anteriores, que se hace público de la peor manera, y que atenta con la relación en una forma estúpida, al tiempo que el espectador sabe, lo mismo que quien haya cometido la infidelidad, que tal infidelidad no existe en realidad, y que el único amor puro es el de Chica y Chico.

- Mentiras blancas: acerca de asuntos delicados sobre los que se confesó algo muy diferente, o bien promesas incumplidas. Se trata de aquellos casos en que Chico o Chica se hacen pasar por algo que no son para conquistar al otro (sea diciendo que son algo que no son, o negando que son lo que son en realidad), una verdad que se revela sobre el casi final de la historia. Asume muchas formas distintas para cada historia, pero lo esencial es que se trate de un hecho que ambos den por sentado, y que al final se revele distinto, a causa de que uno dijo que era de esa forma, y el otro encontrara necesario creer en que era como el otro había dicho que era, y por ello se encuentre dolido al ver que era de otra. Normalmente, el público entiende por qué la mentira, como también que la mentira no fue "intencional", o que más bien debe ser ignorada por cuanto ella ha permitido el verdadero amor.

- Malos entendidos: se trata de un motivo que juega con las posibilidades de los dos anteriores. Chico o Chica ven a su pareja involucrarse en algo que no es como ellos creen, lo que los lleva en última instancia a construir suposiciones sobre premisas falsas, y al ineludible final de destruir su relación. Que, por supuesto, se verá muy pronto resucitada, feliz y andando sobre cuatro ruedas cuando esas impresiones sean borradas de sus mentes.

Creo que estos son tres motivos que aparecen con cierta frecuencia. Lo interesante es que muchas veces no es necesario que Chico y Chica se conozcan en la película para que esto pase. Ellos bien pueden conocerse. Por ejemplo, en "Meet the Parents" la familia se convierte en el "otro" que deberá ser el objeto de la conquista de Ben Stiller, y no su novia, con quien está a punto de casarse. Malos entendidos y mentiras blancas (junto con una leve paranoia de infidelidad) rellenan la trama para atentar contra el futuro de la pareja, y el público reconoce enseguida que Chico tuvo que hacer lo que hizo por el acoso fatal de su suegro, y todo está perdonado, y todo termina bien, tal como promete el género.

No digo que no deberían hacerse más comedias románticas, ni que todas son iguales. Sino que abusan de repetir motivos, y recurren a la misma treta del recurso narrativo de la separación para angustiar a un público que ya no debería caer otra vez en esa misma trampa.

Se trata de un recurso fácil y engañoso, que ya ni siquiera funciona.

Tampoco creo que esto se aplique a todas. Cada una tendrá más o menos puntos en común con esta pequeña teoría.

Por último, una de las cosas más serias y graves, a nivel de la narración, es que muchos desenlaces son inverosímiles. Lógicamente, a causa de que presentan la separación como algo tan grave, tan inmediato y tan cierto, es extraño que todo se solucione en los últimos veinte, veiticinco o hasta treinta minutos de película, como mucho.

¿Ven? Eso pasa por exagerar los finales y abusar de un recurso narrativo realmente estúpido. Y barato.

lunes, 7 de enero de 2008

Venganza

Anoche, tarde, mientras trabajaba en la redacción de unas notas, vi caminando lentamente por la pared amarillenta de la habitación, que es como de un estuco rugoso, una araña enorme, de color caramelo, o crema, con seis patas enormes y angulosas y delgadas, que mediría unos cinco o seis centímetros de largo.

La miré sorprendido.

Lo primero que pensé fue si sería venenosa. Claro que sí. Todas las arañas son venenosas. Pero su veneno es distinto, y sus efectos, diferentes para personas, y alimañas, o bichos. Había luz en la habitación, lo que es raro, porque yo prefiero estar a oscuras, o en penumbras, así esté escribiendo, como estaba entonces, o leyendo, como es casi habitual. El ventilador de techo estaba girando desesperadamente, revolviendo el aire y echando sin demasiada suerte un poco de fresco en la habitación caliente. Pero esta araña caminaba tranquila, y ni la luz, ni el aire, al que las arañas temen, bastando que uno les sople para que ellas se retuerzan y achicharren en una postura extraña, como de calambre doloroso, hicieron que se espante, huyera en despavorido terror, o sintiera la necesidad de mostrar algo de respeto, limitando su pavoneo.

Y la araña trepaba y trepaba por la pared de la habitación, detrás de la computadora, subiendo y alejándose hacia la sombra fresca y húmeda que hay detrás de una biblioteca, que ahora mismo estoy contemplando absorto.

La dejé vivir. Es una cosa que los humanos hacen con frecuencia. Se trata de una muestra de bondad, o mejor, una muestra de poder y piedad. Es un acto magnánimo tener la posibilidad de matar algo, y no matarlo.

¿Por qué habría de matar una araña? Me gustan las arañas. Comen mosquitos, polillas y cucarachas. Esta araña podría comerse una cucaracha voladora que tuviera la desgracia de quedarse pegada en su red traicionera.

Como a las dos o tres de la mañana quise salir de la habitación, y tenía la mano en el picaporte y estaba a punto de salir cuando la araña bajó trepando en forma de amenaza la puerta de madera, acercándose más y más a mi mano izquierda, colgando de la manija de acero. Entonces yo saqué la mano, y la araña dejó de caminar. Se quedó quieta, y yo la vi de cerca.

El cuerpo era chato y beige, de un color crema, como el licor Baileys. En un extremo estaba la cabeza, chiquita y aplanada, y en el otro el vientre por donde secretaba la seda que usaba para tejer su red. ¿Me quería picar? No sé qué pretendía la araña. A ciento cincuenta centímetros del suelo, ella debería saber mejor que yo que no estaba en condiciones de esperar nada. Pero después de haberla visto descolgarse violentamente de sus aposentos, yo supuse que tenía la intención de declarar la habitación como su dominio. Todas las cuatro esquinas serían de ella, y no habría ya ventiladores girando o luces encendidas.

Ante semejante insolencia, la única solución era matarla. Aplastarla. Hacerla crema. Crema de Baileys. Tamaña ofensa, amenaza desleal. Yo te perdoné la vida, ¿y me vas a picar? No. Esto se termina acá.

Entonces me alejé despacio de la puerta, que quedó entreabierta, dejando entrar a la habitación el aire que se agita a las dos o tres de la madrugada en la calle, y se filtra por las ventanas abiertas que dan al jardín del frente. Me agaché despacio, acercándome más y más a la cama, buscando no hacer ruido, como si el ruido pudiera amedrentar la insolencia, o insultar la soberbia de la araña imperial que me querría matar, y comer, y succionar, y enredar en seda y llevarme a su rincón, declarándose reina de la habitación calurosa de verano.

Puse las zapatillas como si me fuera a calzar, pero metí las manos dentro, en vez de los pies, y caminé lentamente hacia la puerta, descalzo, sobre la alfombra, sin hacer ruido, calzándome las zapatillas como guantes. En lo que habrán sido décimas de segundos, calculé que no sería la mejor opción matar a la araña en el aire, con un aplauso reverencial.

Seguramente se habrá sorprendido cuando una enorme zapatilla le cayó desde el cielo y la derribó de la puerta, en la que afanosamente se aferraba proclamando soberanía. Cayó con violencia, pero no se dejó aturdir, y caminó con valentía por el suelo alfombrado. Y las alfombras tienen su color. La araña se disfraza, se camufla, y corre con valor. Está llegando a esconderse en las entrañas penumbrosas del mueble de la computadora cuando otra zapatilla le vuelve a caer desde el cielo, donde no existe Alá, ni Jesús, ni Jehová.

¡PAF!

Yo dejé caer mi mano derecha otra vez. Era una escena increíble. La araña soberbia y yo, echados en el suelo alfombrado, a las tres de la madrugada. Cierto, yo había empezado a temer por mi integridad física. Y la araña también, después del primer zapatillazo. Eso es lo que hacemos las personas. Hacemos temer a los otros por su integridad física. Pero la araña no tenía de qué preocuparse. Era una cosa indolora. ¡PAF!, y nada más.

La mano cayó muy rápido. Pero ni la araña ni yo nos dimos cuenta, en la euforia del hecho, que la zapatilla no había hecho muy bien su trabajo. Más bien había puesto en pausa todo el asunto, y la cuestión todavía estaba por resolverse para uno u otro lado.

Por un momento creo que nos vimos a los ojos, ella y yo. Lo que no podía ver era por cuánto había fallado el golpe. Estaba agachado en el suelo, descalzo, sobre la alfombra color de Baileys, mirando la araña, por detrás de mi mano derecha, envuelta en la zapatilla negra. Pensé que había acertado a darle en las patas, y que le habría atrapado un par debajo de la suela. Los dos estábamos congelados, esperando ver cuál era el movimiento del otro. Así que, cuando ya habían pasado suficientes décimas de segundo, levanté el brazo derecho rápidamente, dispuesto a darle el golpe final.

Pero no hubo ¡PAF!

Ni bien separé la mano del suelo, la araña se escapó. Corría con sus seis patas intactas. Supongo que había calculado mal el golpe. Juro que pensé haberle dado en alguna pata, pero no.

Ahora no puedo dormir. La imagino en los rincones, elucubrando la venganza. La imagino descolgándose con gracia del techo, desenredando un hilo de seda blanco, y aterrizándome en el cachete, o el brazo desnudo, para morderme y envenenarme y darme una roncha enorme. Temo caminar descalzo y que me pique.

Porque la araña se las va a cobrar.

Tarde o temprano va a tener su venganza.

Y hay que estar preparado para enfrentarla.