jueves, 17 de mayo de 2007

La marcha del ejército marrón

¿De qué estará hablando? ¿Qué ejército? ¿Por qué marrón?

Hoy fue un día complicado, por lo menos en Capital, por ese tan comentado paro de subtes. Muy comentado no es igual a universalmente conocido; yo sabía del paro, pero otra gente se ve que no. Eso no es lo importante. Al menos para mí; para esa gente sí habrá sido cosa importante, sobre todo si tenían que viajar, y más todavía si se enteraron de camino al trabajo u otro lugar importante al ver las puertas cerradas en las bocas del subterráneo y los sendos carteles electrónicos donde todas las letras que corresponden a las líneas estaban encendidas en un decepcionante color rojo.

Yo, como usuario vespertino de la línea B en sentido Los Incas-Leandro Alem, estuve informado y busqué una forma alternativa de viajar. Tomé un colectivo hasta Retiro para tomarme otro ahí. Las veredas enfrente de la Plaza San Martín estaban atestadas de gente, por lo que yo supuse en ese momento se trataba de un accidente. Pero no.

Claro que uno podría pensar que se trataba de una ingenuidad, y que yo soy un estúpido por no haber previsto que el paro de subtes era capaz de reunir a tanta gente en las paradas de colectivo. Pensándolo un rato, esto no es una ingenuidad. Porque ningún subte está cerca de esa parada salvo la línea C, que termina en Retiro, y si la estación está justo enfrente es muy difícil que esa gente estuviera esperando un colectivo que los llevara al otro lado de la calle. Y si esperaban irse a Constitución, tendrían que esperar el colectivo en los bulevares frente a la estación y no sobre la avenida del Libertador, porque ninguno (que yo sepa) los lleva hasta ahí. De manera que no se trataba de gente perjudicada por el subte.

Viendo que había tanta gente, y siendo yo algo más inteligente o conocedor de los recorridos de los colectivos, y en particular del que me llevaría de nuevo a casita, decidí que era una soberana estupidez hacer cola ahí, lo que a muchos les parecería la única solución, por como se veían sus tremendas y desencajadas caras de odio y sus gestos aparatosos y violentos como de fieras enjauladas, así que caminé unas cuadras alejándome de la estación hasta otra parada donde pocas personas hacían cola. Era una movida genial.

Mientras pegaba la media vuelta pude ver una escena única, y esto sí revela ingenuidad (o inocencia). Era digno de ver: una escena como la de los documentales de la vida salvaje, donde las hienas se tiran en manada sobre una cebra hasta que la dominan y la matan, pero en vez de ser hienas eran personas, en vez de cebra había un colectivo, y en vez de dominar y matar a la presa el objetivo era detener la marcha del viejo y aparatoso 93, y subirse de cualquier manera y por cualquier abertura hasta que se astillaran las ventanillas de tanta gente apretujada dentro. Sorprendido, aceleré la marcha, y si no me punguearon en el camino fue de milagro, porque había que ver la forma en que el paso por la vereda estaba restringido por las paredes de un lado y por la gente del otro, armando el ambiente perfecto para el arrebato.

En la otra parada el colectivo no tardó en llegar. Viajé parado, pero relativamente libre de ser apretujado, hasta que llegamos a la parada enfrente de la estación de trenes de Retiro, en parte gracias a la labor policíaca. Sí, la policía. No la Guardia Urbana. No, ellos no: la misma Policía Federal, con mayúsculas, golpeando las puertas del colectivo igual que un gorila se palmea el pecho, advirtiendo al colectivero que se acomodara de la manera apropiada, paralelo a la vereda y a la altura de la parada, para permitir el aluvión (¿zoológico?). "De a uno, señores, suban de a uno, con el boletito en la mano, el que no tiene lo saca, por favor, deje pasar a la señora, señor, listo, ¡basta, cortála acá, cerrá la puerta, arrancá, basta, señores, no sube nadie más".

Claro. Yo no sabía, y si en algún momento supe, me había olvidado. Eso me pasa por decir que no me gusta el fútbol y por no mostrar interés durante ningún momento de la vida cotidiana, amén del karma de una entrada amigable que publiqué acá. No era gente perjudicada por el subte. No. Eran hinchas de Boca que esperaban ir al partido que se jugaba en la "Bostanera" con un equipo paraguayo.

Entonces, para entretener la mente y alejarla del hecho de que me estaban apoyando, apretando y codeando y respirando todo mi aire puro y devolviéndome exhalaciones plagadas de un terrible tufo de malta, levadura, lúpulo y alcohol, pensé en la analogía con un ejército que marcha, salvando la gran diferencia patética de que los ejércitos al menos pueden festejar y sentir las victorias propias como tales, y en cambio los hinchas de fútbol hablan de "goles que metimos" cuando en realidad los hicieron otros, de "cómo jugamos" cuando ellos no hacen sino saltar, afanarse, mear y emborracharse en la popular, y ocasionalmente miden sus destrezas patoteras con la "polecía". Cuánta mediocridad hay detrás de esta costumbre es difícil de cuantificar, pero lo cierto es que existe detrás de cualquier deportista que triunfa en algún lado y en cualquier disciplina "mediática" (ya sabemos que si pierde, pierde porque es un/a sorete/a, y que el salto con garrocha, salvo en los juegos olímpicos, no le interesa a nadie excepto a la familia del/la atleta).

Los ejércitos usaban tambores para regular un ritmo de marcha parejo; los hinchas usan algunas partes plásticas del colectivo blandas para la mano que golpea. Los ejércitos y los hinchas (y esto es vital durante cualquier batalla) se identifican con un uniforme, llevan banderas-estandartes y demuestran abiertamente el odio contra sus enemigos/rivales. Y el juego es una forma de guerra. Por lo general, en el mundo funciona como una representación. No tanto acá, no: acá a veces se convierte en una guerra. Pero eso es otra historia.

Así que la analogía resulta más o menos válida. Ahora lo de "marrón" lo tendrá que justificar el lector, porque es tarde, tengo sueño y recordar esta escena tan cerca del momento en que ocurrió me cansó.

1 comentario:

Sol! dijo...

Un texto genial, tan genial como nos tenés acostumbrados.