viernes, 29 de junio de 2007

Guerra

Yo conozco a alguien que siempre tiene mejores anécdotas para contar que uno. Si viajaste hasta Chile, ella fue hasta Sudáfrica de safari. Si volás en primera clase, ella tiene un pariente (o un amigo con un pariente) que es piloto y la lleva hasta la cabina. Muy bien. Si vos conocés una pareja de jóvenes adorables, ella conoce a Philippe, un músico brillante, dotado, romántico, y a una china que se desvive de amor por él (diría el nombre de la china si me lo acordara; y es más, creo que ella cuando me lo contó, tampoco me lo supo decir). Si vos tenés un nieto que llora en algunas partes de un terrorífico cuento musical del simpático, artificial y extrañamente violáceo dinosaurio infantil "Barney", ella tiene uno vivísimo que lo llama "Bany". ¿Problemas con las cañerías? Ella conoce el mejor plomero de Buenos Aires. Si en algún comentario ocasional hablás de algo que tenés o conocés, y ella no lo tiene y no sabe de qué carajos estás hablando, es muy probable que tenga una buena razón para no tenerlo o no conocerlo. O no gustarle. Y no tiene problemas en decirlo. Y eso está muy bien. Pero no todas las veces, y ciertamente no con todo. O sí. A lo mejor eso esté bien y yo sea quisquilloso. En realidad, el asunto no es que ella comente, mencione, relate algo que conoce, algo que tiene o algo que hizo, sino que de eso construya una nueva conversación que sodomiza violentamente a cualquier otra que hable de otra cosa. Y el panorama se transforma, y tarde o temprano uno se despierta como de un sueño tremendamente soporífero y se pregunta cómo aparecieron Philippe y Mao Tse-Tsung en la conversación, y, la cuestión más importante, ¿quién carajos es Philippe, y quién puede llamar a alguien así y seguir viviendo acá?

Todas las conversaciones van a parar al mismo lugar y terminan de la misma manera.

"Creo que esta Navidad vamos a comer asado".

"¿Sí? en mi casa yo siempre preparo un pionono, pero no uno de esos que se compran en el supermercado, no, yo tengo una panadería en mi barrio que prepara unos piononos excelentes, y no son baratos, y los chicos siempre traen comida y la mesa está llena de comida y todos comemos y la pasamos bárbaro".

"El 212 de Carolina Herrera tiene un perfume riquísimo".

"¡Mi hijo usa ese perfume todos los días, todos los días, todos los días! Y trabaja en Puerto Madero".

"Hace calor".

"Una vez me fui a pasar unas vacaciones en casa de unos amigos que tengo en Brasil, ¡y el clima allá es terrible! En Río hace calor siempre, y mucha humedad, y en invierno hace la temperatura que hace acá en verano, y mi amiga tiene una empresa de limusinas y son todas Mercedes Benz y nos invitaron a una fiesta de fin de año y vimos a Maradona cómo se drogaba, pero esto fue hace mucho tiempo".

"A mí me operaron dos veces... pero era una boludez".

"Yo tenía dieciocho años, o diecisiete, y empecé con dolores de estómago, y me enfermé y estuve muy mal, y resultó que era una peritonitis, y me tuvieron que operar y casi me muero, y desde entonces no puedo comer un montón de cosas y tomé remedios por mucho tiempo y estuve muy mal y el médico dice que me salvé casi de milagro porque el intestino se había perforado y casi mi infecto y me muero de una septicemia, pero justo me lo agarraron a tiempo porque si no creo que me moría".

Claro que durante las primeras veces uno no sabe con quién está tratando en realidad, pero con el tiempo, los exabruptos anecdóticos que destruyen las conversaciones o las hacen girar en direcciones imprevisibles, se hacen notar y uno tantea las palabras propias y ajenas como si estuviera caminando sobre hielo delgado. Más tarde, uno ya no conversa tanto, por lo menos no con ella. Y al final, uno la evita y desaparece. Y esto se vuelve rutinario.

Testigo privilegiada de la historia argentina (ella dice que fue secretaria de un funcionario más o menos importante del ministerio de economía en los años de "guerra sucia", donde entendió de manera profunda y singular las ramificaciones de la burocracia y las intrigas del poder estando frente a frente con sus protagonistas), llegó flameando medallas de eficiencia laboral como uno de esos generales del ejército que (uno supone) a ella le habrían hecho temblar las rodillas. Pero, como para los generales condecorados, su tiempo había pasado. Aunque había peleado con bravura en las trincheras detrás de un escritorio, los días de batalla estaban lejos. Muy lejos. Y ahora sólo había un escuálido y desteñido traje de gala cargado de medallas.

Ella conocía gente importante. O más o menos importante. Pero lo suficiente como para tenderle una mano y sacarla del olvido hacia otras trincheras donde se peleaba una especie de guerra diferente, una más chica, limitada, aunque igualmente sangrienta. Ella no dijo que los generales no pelean en las trincheras. Y menos los generales retirados, que no van al frente de batalla tanto por su rango como por su edad. Sesenta y tantos años bastan para disuadir al más apto de los oficiales. Y aunque pelear en las trincheras era algo inevitable, la misión de la secretaria era otra: espionaje. Y tenía sentido. Dos fuerzas dentro de la pequeña empresa tiraban hacia fuera en direcciones opuestas, amenazando con desgarrarla. Era su tarea inclinar la balanza al apoderarse poco a poco de las tareas administrativas y organizacionales, reportando a su Comandante los movimientos de las fuerzas enemigas.

Yo creo que estas órdenes no fueron dadas nunca de manera explícita, por toda la confusión que se generó después.

Digamos que la Comandante abandonó su General a la suerte y no se molestó realmente en conocer las noticias del frente. O eso supongo, porque la General mantuvo durante bastante tiempo un pobre desempeño individual en las trincheras. Uno podría decir que se había olvidado de muchas cosas, o que en realidad no sabía y nunca supo cómo hacerlas. Y las trincheras detrás del escritorio se volvieron un lugar hostil y claustrofóbico. La General no sólo fue incapaz de incorporar nuevas tareas a su repertorio, sino que tampoco pudo hacer las que supuestamente sabría hacer. Entonces yo me pregunté de dónde había sacado esas medallas que trajo colgadas con tanto orgullo.

No quiero decir que el medio día que yo trabajaba era más productivo que el de ella. Los horarios se habían acomodado de manera que yo cubriera el turno matutino y ella el vespertino. Las órdenes gerenciales mandaban que yo pasara a la General la información de lo sucedido en la mañana para que ella pudiera prever lo que sucedería durante la tarde. Por eso era importante que ella aprendiera a manejarse con la computadora: para saber usarla en caso de que un cliente llegara a la oficina cuando yo no estaba y la gerencia estaba debatiéndose en otras cuestiones, o cuando la plana general de la oficina no se encontrara en las inmediaciones del campo de batalla y ella debiera lidiar con las contingencias del trabajo diario.

Encontró formas de esconder esta especie de artritis mental que la humedad traída por el trabajo diario agravaba. Ella te preguntaría varias veces qué hacer. Las explicaciones anteriores se desvanecían. No perduraban en su memoria. De esta manera, si se equivocaba, la culpa nunca sería suya. Virtualmente, no era responsable de casi nada. Yo creía que archivar no le parecería complicado, pero me equivoqué. La gerencia me dijo que las cosas para archivar eran responsabilidad suya. Así que le expliqué cómo se deberían archivar las facturas de compra, los recibos, los formularios contables. Durante meses se daba esta misma rutina. Y terminaba con ella poniéndome un papel en la cara y preguntando "¿ésto dónde se guarda?". Está bien. No sabés dónde va. Yo te digo. No soy de esas personas que gustan de tener la constante atención de la gente, así que le dí las herramientas para que supiera manejarse sola en la marejada de papeles, pero igualmente naufragaba. Esta aversión a enfrentarse con situaciones que evidenciaran su ineptitud se volvió más grave y notoria. La gerencia me comentaba extrañada la forma en que los papeles se acumulaban esperando que la General los acomodara, y se quejaba de que la General interrumpiera los momentos de inspiración laboral de la gerencia para solicitar los cheques necesarios para confeccionar las boletas de depósito, la única tarea que parecía desempeñar con comodidad y eficiencia, a lo mejor porque trabajar con cheques y tener plata ajena en las manos la hacía sentir útil y dueña de la confianza de la gerente. O más importante. O menos prescindible.

Aprendí que la gente puede perder todo lo que en algún momento de su vida le daba sentido, pero guarda y sigue manifestando los ecos de esa gloria. Los vicios de la General no habían muerto a pesar de su ineptitud. Incluso cuando ocupaba una posición débil en la estructura de la empresita, uno debía reportarle a ella todo lo que pasaba, aunque no supiera qué hacer con esa información. "¿Quién vino hoy? ¿Salió el camión? ¿Pasaron a retirar ese material? ¿Llamó tal cliente? ¿Le prepararon tal cosa?" Y uno sólo podría pensar la respuesta: "¿Y a vos qué carajo te importa, si no sabés hacer nada? ¿No ves que tengo cosas que hacer? ¿No te dejás de joder un poco? ¿Quién carajos te creés que sos?"

Lo único que hubiera evitado a la General una caída tremenda desde el pedestal en el que ella sola se había encaramado con pretensiones que excedían su talento espectral era, en definitiva, lo que la había conducido (sin que ella lo supiera) hasta la empresita: el espionaje. A pesar de todas sus limitaciones, podría haber servido exitosamente a su Comandante porque tenía acceso a datos sobre el funcionamiento de las cosas: clientes, facturación, compras. Todo esto sería valioso para la Comandante. Sin embargo, la espía, la General, la secretaria condecorada que trabajó para un gigantesco estudio contable y no sabía cómo guardar un comprobante de compra ni cómo distinguir la fecha de facturación de la de vencimiento, así uno le explicara la diferencia una y otra y otra vez, sintió compasión y simpatía por la fuerza enemiga y entabló una alianza que le resultó imperdonable a la Comandante.

La secretaria dejó de ser un aliado relativamente inservible para convertirse en uno completamente inútil, y la Comandante se dio cuenta de esto. Las falencias que arrastraba la secretaria, que a veces pretendía hacer de gerente de recursos humanos en una empresa de limitada envergadura, y gustaba de dar órdenes pero no recibirlas, salvo que vinieran directamente de la gerencia, se volvieron intolerables. Hace unos meses, se sumó la crítica de algunos clientes que hablaban de una señora que los "atendía mal" por teléfono y tenía "malos modales" y era "maleducada".

Ella tomó las decisiones equivocadas. Entró altiva cuando ni el carácter ni la experiencia alcanzaban para sostener semejante fachada. Era común verla erguida con las manos cruzadas detrás de la espalda, vomitando obsecuencia y esperando felizmente las órdenes de una de las fuerzas que se revolvían en el interior de la empresita, mientras negaba sus relaciones con la otra facción, que la había arrastrado al interior de la bestia para inclinar de manera definitiva la balanza a su favor, hasta que al final desertó. La defección no sería perdonada.

Se reprimió su actitud. La Comandante manifestó la deserción imperdonable: "Vos te aliaste con el enemigo". La General fue privada de sus galones, le arrancaron las charreteras del hombro y las medallas se hicieron polvo para siempre. Se convirtió en paria. Ni siquiera una mercenaria.

Yo encontraba esto muy interesante. Por un lado, la cuestión de la deserción es ridícula. Ella no estuvo enterada jamás de cuáles eran las intenciones de la Comandante. Ni la de su madre, líder espiritual de la empresita durante más de medio siglo. Por otra parte, es innegable su falta de habilidad estratégica para conducirse en el campo de batalla. A un observador casual podría llevarle unos meses comprender las raíces de los problemas y sus extensas ramificaciones. Está muy claro que un atisbo de simpatía por la facción opositora provocaría la ira inmediata de la otra. No sólo la secretaria fue incapaz de prever las consecuencias de la defección, sino que hizo lo posible a su alcance para agravarlas.

No hay que confundirse: esto no se debe a la ignorancia, sino a una moralidad religiosa. Como muchos generales condecorados, la secretaria manifiesta una ferviente pasión por nuestro Señor Jesucristo nuestro Señor, amo y maestro, líder espiritual de nuestras acciones diarias, irónico verdugo y redentor contradictorio de nuestros pecados humanos, dictador de los verdaderos caminos de la paz y la felicidad, artificiosa creación del miedo y la incertidumbre de los hombres (o no). Las mentiras y la falsedad no forman parte de esa moralidad.

Los últimos días estuvieron plagados de controversias.

Las dos fuerzas que amenazan con destripar la empresita desde adentro chocaron. Se respira azufre en el aire. La secretaria se espanta. Se agarra el anillo con el relieve de una cruz dorada: espera que nuestro Señor sepa cómo encauzar la situación hacia la paz y la felicidad. El monopolio aumenta las exigencias sobre los distribuidores mayoristas y la empresita se convierte en una víctima; se empieza a desangrar, y como una bestia depredadora, la Comandante olfatea la proximidad de la muerte en el aire e intensifica sus ataques contra la facción enemiga. "El alquiler de este local sale cinco mil pesos como mínimo". Ella dice que los otros se tienen que ir, o darle más plata a ella y a la líder espiritual. La secretaria dice que la líder espiritual está muy cerca del fin. Dice que vio a la parca zumbándole detrás, afilando la guadaña. "¿No te das cuenta de que tu mamá está peor de lo que vos creés, que ya no ve ni oye bien y que un día se puede reventar con el auto?". El vigor de la madre de la Comandante es extraño en alguien de su edad, pero existe debajo de su apariencia "juvenil" un cuerpo desgastado inevitablemente por el paso del tiempo. La secretaria opina que el espejismo de vitalidad de la líder espiritual se debe a que puede hacer cosas que mucha gente de su edad no, como caminar ligero y manejar, pero que esos días, como los suyos en las trincheras del escritorio, habían terminado, y estaba abusando de tiempo prestado. La gerencia se desmoraliza. La gerencia se rinde. La disolución parece inmediata. La empresita agoniza.

Y la secretaria también. La estocada final está cerca. En un torrente de frases memorables se zanja la cuestión:

"Mirá... como vamos a disolver esto... ya no te vamos a necesitar más".
"Echáme".
"Sí".
"Echáme. Pero antes quiero saber si están todos de acuerdo".
"Sí: todos estamos de acuerdo. Acá está la liquidación".
"La voy tener que revisar, como entenderás".
"Por supuesto. La verdad, creí que eras mejor persona".

La secretaria se retuerce por última vez. Todavía se acuerda de los tiempos en que era amiga de la Comandante y compartía asados con el mismo bizarro, morocho, inescrupuloso e incompetente contador que tuvo el placer de elaborar esa liquidación como si se tratara de una orden de defunción. El llanto no tarda en aparecer. La gerencia también llora. "Lloro de bronca, porque pensé que la conocía. Qué estúpida que soy. La voy a hacer pagar. Me las va a pagar. Te pido disculpas (le dice a la gerencia) porque la vas a ligar vos, pero te juro que no te lo hago a vos, se lo hago a ellas, porque tienen que aprender que con la gente no se jode". La gerencia dice "no me lo hacés a mí, se lo hacés al negocio" (queriendo decir que ella no se siente afectada). La Comandante dijo que lo único que hacía la secretaria era pedir el almuerzo de la gerencia por teléfono. "No sabe hacer nada". Hay algo de verdad y algo de mentira en esto.

Yo me entero de que la General me había llamado "mocoso". La secretaria se negaba a archivar. Eso no está a la altura de una señora mayor que vive en Belgrano y fue secretaria toda su vida. No. Ella estaba para cosas mayores. Estaba para ser enseñada y no aprender. Para dar órdenes. Para criticar. Para ser altiva y soberbia con los clientes. Para tomar mal los pedidos (a veces). Para pedir el almuerzo por teléfono. Para hacer bien algunos recibos. Para repeler responsabilidades y hacer cargo de todo a los demás. Para fallar. Para desertar. Se negaba a archivar. Una vez no le dí más instrucciones. "Arreglátelas". "Yo no estoy para hacer el trabajo de ese mocoso", o algo así. Me acuerdo de una historia que contó, cuando era chica y se inundó la calle y el único auto que andaba era el Mercedes Benz de su padre. A lo mejor su destino era el submarinismo. Pero la "secretaría" es mucho mejor.

Los ojos inundados en lágrimas cuando yo bajé. Inmutable. Charlando con la gerencia del próximo lunes. Había que hacer pagos, recaudar plata, vender. Trabajar. La secretaria se baja en esta parada. "Mocoso" las pelotas. "Ya vas a ver", vomita por última vez: "te van a querer sacar a vos". "Seguro", le digo. Pero hoy te fuiste vos. Uno diría que esas son cosas de vieja de mierda. "Esto es una guerra", le vaticina a la gerencia. "Te van a tirar con todo". Me pregunto de qué manera encajan dentro de la moralidad religiosa estas arcadas emocionales. "Echáme", decía. Se aprendió el libreto equivocado. "No te vamos a necesitar más" no merece semejante reacción. Se esperaba un pelotón de fusilamiento que nunca llegó. Imaginaba una escena diferente en su cabeza. Pobre. El mundo sigue. Este mundo parece que va a seguir sin vos.

Secretaria General L. B. C.: junio 2005 - junio 2007.

Chau.

jueves 4 de octubre de 2007

Fe de erratas

Donde se lea la metáfora peyorativa "la Comandante", debe leerse, en sentido literal, "una persona respetable". Y en tal sentido, todas las acciones de connotación negativa que se le atribuyen en el texto no le deben ser adjudicadas, por cuanto lo que se pensaba que era de una manera en el momento de su redacción, a la distancia se revela muy diferente. Nótese que la aclaración no se extiende hacia las actitudes para con la persona que recibe el nombre metafórico de "la General", o el término literal "secretaria", ya que lo dicho sobre el personaje vale aún hoy, y, por lo tanto, las actitudes referidas no son negativas en ningún aspecto, sino todo lo contrario, muy acertadas y pertinentes.

Donde se lea "líder espiritual de la empresita", debe leerse "otra persona respetable". Y en tal sentido, todas las acciones de connotación negativa que se le atribuyen en en texto no le deben ser tampoco adjudicadas, por cuanto lo que se pensaba que era de una manera en el momento de su redacción, a la distancia se revela muy, pero muy diferente.

Y desde hoy en adelante, cualquier lectura del texto debe interpretarse al revés de como se sugiere que sea leído, en particular aquellos pasajes que se refieren a ideas, actitudes o acciones de los personajes denotados por metáforas peyorativas, salvo las aclaraciones efectuadas ut supra sobre la persona referida con el término "la General" o "secretaria".

Para más información, remitirse a:

(In)certidumbres
Guerra 2


2 comentarios:

Sol! dijo...

Qué tiempos turbulentos estás viviendo en la ofi, Nahu. :S
Me imagino el último cruce... corrosivo, diría Claudia (aunque no la conozco :( )

Un beso grande.

Anónimo dijo...

A la mierda!! Parece que la "empresita" anda con problemas grosos... Estoy muy desactualizado... Te parece que le van a cerrar? Pensé que las cosas habían mejorado. Creí que si vendían mas, y sacaban mas plata, los rencores se iban a olvidar por le menos por un tiempo... viste que mientras alla plata, todos se quieren y se aman. Eso es un quilombo!!!!!!!! Ja! Típico de una empresa familiar... y encima manejada por tres mujeres (ojo, que no suene machista, pero las mujeres son demasiado pasionales y cuando se odian, se odian hasta el final)Esepro más detalles del frente de batalla!!!
Saludossssssssssssss!