domingo, 2 de septiembre de 2007

Azul 46

Los colectivos de la línea 46 son armatostes pesados de latón que se agita cuando están en marcha, suelo que tiembla cuando frenan, y a poco de andar uno se da cuenta de que los empuja más la Divina Providencia que el movimiento de las correas y los engranajes de un motor ruidoso, preocupantemente estrepitoso, que echa remolinos de humo negro cuando arranca. Los surcos de las llantas están gastados, y los asientos cuelgan libremente a causa de las soldaduras desprendidas de los caños mugrientos que los atornillan al piso medio corroído por el monóxido de carbono y las desgracias de transitar caminos de barro y basura por tres villas distintas en su camino siniestro desde La Boca hasta San Justo.

Una vez escuché a uno de los choferes comentarle a una compañera de viaje ocasional que los colectiveros de la línea sufrían asaltos pistola en mano con tanta frecuencia que la empresa estaba acostumbrada a otorgar licencias con goce de sueldo a quienes hubieran sido víctimas de un robo, o una ocasional toma de rehenes a bordo, y también a brindar asistencia psicológica para menguar los terrores de la vuelta al trabajo. De este tipo de línea estamos hablando.

Antes de viajar, uno sabe en lo que se está metiendo nomás de ver la carrocería vacilante y sujeta al chasis por la gracia de Dios, toda pintada de azul: un azul de mierda, brillante, eléctrico y berreta. Parece que hubieran salido así de la concesionaria cinco o seis años atrás, pintados de un azul basto, desprovisto de rayas, u otro color. Es más: la pintura parece una especie de plastificado que un arañazo podría desprender en cualquier momento.

Los recorridos del colectivo son peculiares. En primer lugar, porque es frecuente que alguno se rompa y uno tenga que esperar media hora (o más) hasta que llegue otro, así que los recorridos, en el mejor de los casos, suelen ser un evento extraordinario que uno presencia de milagro. Pero además, porque es la única línea de colectivos que a mi entender pase por la puerta de tres estadios de fútbol: La Bombonera, el Tomás A. Ducó de Huracán y el de San Lorenzo de Almagro. Pensando esto, es fácil entender el porqué de los amortiguadores desvencijados, los motores fatigados, y los surcos de las llantas erosionados. Me imagino a los feligreses del fútbol dominical trepándose en el techo del colectivo para ir a la cancha, y me sorprendo de que los techos sean un lugar más seguro para viajar que el interior del colectivo.

A veces, por la mañana, en Constitución, se llena tanto que es imposible respirar, en parte por la gente apretujada, pero también por el olor a cigarrillo y vino fermentado de algunos pasajeros. Y cuando termina de subir toda la gente, se nota en la pereza del motor que apenas arranca el peso excesivo que lleva a cuestas y la desidia del colectivero que maneja, y a veces pregunta, estando en un paso a nivel de barreras caprichosas con premoniciones de trenes que nunca llegan, si nosotros (los desdichados pasajeros) estamos de acuerdo con que él las pase aunque estén bajas, viendo que se trata de otro espejismo ferroviario.

Además de las fallas mecánicas que los postran en medio de la nada bastante seguido (empiezo a pensar que se trata más bien de un fenómeno estacionario, porque en verano se da más que por estos días, salvo que yo sea bastante suertudo), los 46 tienen una tendencia a chocar, prominentemente exhibida en los medios.

Espectacular accidente en Montes de Oca, el 18 de mayo de este año. (con espectacular video-relato de Guillermo Lobo en TN).

Asombroso choque en Parque Avellaneda, 24 de julio de 2007.


La modernización de la línea 46 no es una utopía. Al principio, cuando lo vi por primera vez, pensé que era un espejismo, pero ya lo vi tres veces y sé que hay una moderna unidad de piso bajo pintada de blanco y azul, con patente que empieza en E o F.

Quien quiera saber cuándo pasa el próximo 46 (probablemente para evitarlo) por la parada más cercana a su domicilio, puede averiguarlo acá.

No hay comentarios.: