viernes, 21 de septiembre de 2007

Borracho

Abrazando una botella de cerveza con el brazo izquierdo y apretando un cigarrillo con dos dedos de la mano derecha, el borracho subió al colectivo. Lo primero que dijo fue "Ya te pago", pero no se dirigía al colectivero, sino más bien al aire alrededor de éste, donde posiblemente lo estuvieran ubicando sus ojos confundidos. Pero no pagó "ya", sino más bien un rato después, cuando desculó cómo era que el paisaje se movía estando él quieto.

Se le antojó poner las monedas cuando el colectivo se había detenido en la concurrida parada de Caseros y Montes de Oca (o Bernardo de Irigoyen, no sé exactamente cuál), y ahora la gente se agolpaba esperándolo, como de costumbre, sobre la vereda, en filas de gente apretujada que desparrama ansiedad. Por supuesto que el boleto no salió después de que el borracho pusiera todas las monedas. Esas cosas, sobre todo en momentos como ese, nunca salen de una. La máquina, en un gesto sumamente incompresible para el borracho (en un primer momento), le devolvió todas las monedas. Entonces los otros pasajeros fueron abordando la bestia azul, mientras él se sentaba despatarrado sobre un asiento, ocupando, con las piernas extendidas y el tufo que emanaba, un área que nadie se atrevía a atravesar, en la que había otros dos asientos.

Se ve que un pasajero se compadeció, y le dio diez centavos que le sirvieron al borracho para pagar el boleto. Le pidió al buen hombre que también le pusiera las monedas en la máquina, pero el buen hombre no fue tan bueno de ponérselas. Así que el borracho tuvo que levantarse de su asiento. Se tambaleo un poco hasta llegar a la máquina, todavía abrazado a su querida botella, y sujetando el cigarrillo barato, adornado con un aro de papel dorado alrededor del filtro.

Otros subieron después, y opacaron la gracia del borracho. Y él conversó con otro, que no sé si era también borracho, y le oí decir algo acerca de Rómulo y Remo y el parque Lezama. Entonces me di cuenta de lo extraño que era todo: la mención histórica, los zapatos de cuero lustrados, el ambo más o menos elegante, la camisa a rayas, la (muy estimada) cerveza sujeta con cuidado contra el cuerpo y el cigarrillo tambaleándose, pegajoso en los labios con fermentos de cerveza, que se agitaban al son de las conjeturas elucubradas por la mente aletargada del borracho.

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