viernes, 21 de septiembre de 2007

Homogeneidad

No importa adónde llames para resolver cualquier inconveniente o inquietud, porque el escenario es siempre el mismo: en primer lugar, al otro lado del teléfono (o de un posible mostrador) hay alguien que seguro no entiende mucho, e independientemente del problema con el que uno lo esté aquejando, quiere vender algo, sea por una promesa de recompensa o por obligación; en segundo lugar, todos, pero todos los que hablan con uno por teléfono, sufren de la misma patología del lenguaje y el aparato fónico, muy propia de esta época, que los deja a todos hablando con una papa en la boca, tragándose las palabras, y reproduciendo la misma voz, sonando como pendejos (probablemente lo sean), como si todos estuviesen poseídos por el mismo espíritu de adolescente confundido; y por último, cuando uno habla y le dicen que lo van a volver a llamar, no lo llaman, y entonces uno tiene que llamar, y hablar, y entonces le preguntan "¿Usted con quién habló?", uno no sabe con quién habló porque todos se llaman igual, o parecido: una corriente de casualidad bizarra que amontona al otro lado de la línea a todos los Gustavos, Guillermos, Alejandros, Alejandras, Florencias o Marianos. Nunca habrá del otro lado una Eloísa, un Eliseo, un Ramón, un Ramiro, un Jeremías, una Susana o una Primavera.

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