lunes, 9 de julio de 2007

Mentirosos, ladrones y asesinos

Mentir

Hay dos cuestiones importantes acerca de las mentiras. Primero, la mayoría de las mentiras funciona bien si uno lleva el rastro de lo que dijo, lo que es muy importante para no ser descubierto; segundo, para que cualquier mentira funcione, es necesario ser convincente o creíble. Y yo creo que hay una diferencia grande entre ser convincente y ser creíble. Lo convincente está relacionado más con la persona que con la mentira misma. Si uno es convincente, puede decir casi cualquier cosa y la mentira fluye casi imperceptiblemente. Lo creíble, por otro lado, tiene que ver más con lo que se dice, no tanto el cómo. Por supuesto que nuestra ambición siempre será que logremos resultar convincentes. Pero la mayoría de las veces basta que la mentira sea creíble.

Y esto es un tema complicado, porque a veces el que uno resulte convincente depende de a quién se dirija la mentira, de cuánta relación haya entre esa persona y uno, y de si uno ya fue pescado mintiendo. El número de mentiras descubiertas influye negativamente sobre la nueva mentira. Y es más fácil ser convincente o creíble con alguien a quien uno conoce poco. A veces el otro no se anima a destapar la mentira. O puede ser también que tampoco le importe que uno le mienta (y sepa que uno está diciendo una mentira), y en ese caso la mentira no sirve para nada, y peor aún, es posible que juegue en contra de la opinión que esa persona tiene de uno, y como uno cree que no fue pescado cuando en realidad sí lo fue, la próxima mentira que diga deberá ser muy, pero muy creíble (o uno extremadamente convincente). Porque si no, es probable que la relación se estropee para siempre y que hasta las verdades más sinceras sean puestas bajo sospecha.

Está claro que ser convincente es muy difícil, y una de las razones es que uno se delata solo cuando miente. El tema está muy estudiado en el ámbito de la comunicación no verbal, que es tan interesante. Existe una serie de actitudes a las que los mentirosos, por la naturaleza engañosa y complicada de la mentira, son propensos.

Así, se sabe que las personas que están mintiendo se preocupan ante la posibilidad de ser descubiertas o sienten culpa por lo que hacen, de modo que intentarán hablar en una voz más aguda, elegirán muy bien las palabras, harán pausas, se pondrán temblorosos, pronunciarán mal, se trabarán, etcétera. Las mentiras se cubren hablando de otra cosa, volviéndose emocionales para distraer la atención del oyente hasta llevarla lejos del asunto en cuestión, dando respuestas cortas a las preguntas del otro y otras cosas estúpidas que uno puede hacer y debería evitar. El cuerpo del mentiroso es otro tema. Y este es el más interesante, porque cuando uno se entera de lo que hacen, empieza a olfatear mentiras por todas partes.

Los mentirosos mantienen el cuerpo tieso; sonríen con la boca pero no con los ojos; juguetean con los dedos de la mano y los pies, de manera que de la cintura para abajo los mentirosos son fáciles de atrapar. Se agitan. Se les dilatan las pupilas. Se encogen. Es probable que los mentirosos intenten controlarse y muchas de estas señales no estén presentes, pero surgen otras nuevas. A través del autocontrol, las personas que están mintiendo se delatan también. Entonces detallan, intentan parecer relajados, se acomodan la ropa en maneras extrañas, congelan estúpidamente la cara para evitar que el otro lea en ella el flagrante intento de engaño. Y así la lista sigue. Claro que yo no deduje esto, sino que lo traduje de acá.

Puede ser que esta información sirva no sólo para detectar mentiras, sino también para aprender a ejecutarlas con creciente perfección; pero yo creo que uno caería en el error de volverse presa de un autocontrol evidente que lo dejaría en la ruina. Por eso, para mentir exitosamente, no hay que aprender de esto: hay que observarse a uno mismo mintiendo y compararse cuando uno está siendo sincero. Así, reproduciendo el mismo estado mental de la sinceridad, uno se hace convincente y capaz de reproducir sinceridad donde no la haya. Aunque esto llevaría demasiado tiempo. Lo que nos deja, salvo que uno sea capaz de exudar frialdad en los momentos de mayor apremio y tenga una gran capacidad de improvisación ante los embistes detectivescos del otro, sólo la opción de dar una mentira creíble.

Y esto es también muy difícil y depende de muchas cosas, por lo que yo (para no extenderme demasiado) voy a revelar el método más eficaz para mentir (porque yo siempre miento): uno tiene que creerse su propia mentira. Si es verdad para uno, transmite veracidad al otro. Esto no es tan difícil. No hay que mentir, sino tergiversar la verdad de lo que uno sabe, exagerarla y acomodarla para que dé un resultado diferente. Es de mucha ayuda el conocer al otro y saber qué tipo de excusa favorecen por encima de otra, o qué quieren escuchar la mayoría de las veces. Puede ser que esto resulte imposible, pero no debe ser motivo de desilusión. Enseñar esto también es difícil. Ya dije lo que no hay que hacer. Lo que resulta, lo tiene que descubrir cada uno a su debido tiempo. Cierto: podría dar un ejemplo. Pero me estaría jugando mucho.

Robar

Esto es un tema un poco más interesante, y además integra lo anterior, porque el robo es una especie de mentira. Es como un "yo no fui", cuando "sí, fui yo". El ladrón también quiere pasar desapercibido. En este esfuerzo excesivo se revela el crimen. Hay que ser cuidadoso. ¿Quién no se quiso robar algo alguna vez, aunque fuera algo de poco valor? El placer del robo puede separarse de la necesidad y de la cosa.

Cada quien tendrá sus motivos para robar, y diferentes objetos de deseo también. Un auto, plata, pan, joyas. Yo diría que el éxito del robo depende de varias cosas. El lugar, el objeto, el método, el dueño de la cosa. La mentira, por otro lado, depende mucho más de la persona. El robar, no tanto. Pero uno podría argumentar muy bien que uno puede robar cualquier cosa que se proponga con el debido trabajo de inteligencia y una cuidada planificación. Sobre todo si uno deseara no ser descubierto. Esto trae los mayores problemas. Pero estos problemas no existen para quienes roban por necesidad, por trastornos mentales como la cleptomanía, o por obedecer los mandatos de una profesión a la que obliga la ignorancia o la desgracia. El robo placentero transita caminos distintos.

Desde luego que yo no puedo enseñar a robar. Robar está "mal", salvo que uno se desenvuelva en ciertos círculos. Y si bien no puedo enseñar a robar, puedo mencionar algunas cosas obvias que deben ser de conocimiento popular (o deducción lógica).

Es imprescindible no ser visto robando. Esto es lo más importante. También es necesario no ser vinculado inmediatamente con el hecho, ni demostrarse, en pesquisas ulteriores, que uno tuvo acceso y posibilidad de robar, sobre todo si uno se metió donde no debía para hacerlo. Es más fácil robarle a un conocido que a alguien que nos resulta extraño: los conocidos dudan de la criminalidad de uno, o por lo menos examinan varias posibilidades antes de considerarlo sospechoso. Resulta muy útil sostener una reputación decente (aunque no sea cierta). Esto también dificultaría la tarea de ser considerado culpable. Mucho depende también del objeto y del lugar y de cómo se va a sacar. Y esto, que es difícil de explicar también, lo puedo ejemplificar con una anécdota patética.

Digamos que conozco a alguien que frecuenta un supermercado chino. Todos conocemos cómo es un supermercado chino, así que no es necesario describir el ambiente. Siempre había querido robarse algo por el placer de hacerlo. Pero no algo grasa, que se pudiera esconder en el bolsillo. No. Algo grande. Una botella de Coca-Cola de dos litros y cuarto. Eso sí era un reto. Y en verano, cuando no hay camperas ni abrigos que escondan nada. El secreto estaba en esconder la botella a simple vista. Esta persona siempre que iba al supermercado llevaba bolsas desde su casa, bolsas grandes de compras, de esas que parecen hechas de lona y son de todos colores. Esto le evitaba dos problemas: usar un changuito (que no pasaba con fluidez por los apretados pasillos entre las góndolas) o una canastita (que no era fácil de llevar y tenía poco lugar dentro) en el supermercado, y ahorrarse el guardar en las bolsas de plástico la cantidad de cosas que tenía que llevar, lo que demoraba bastante. Así que paseó por las góndolas, guardó todo en las bolsas, y cuando llegó a la caja las vació, y, cuidando que nadie pudiera verla, esta persona dejó una botella dentro de una de las bolsas, que pasó al otro lado de la caja donde tapó la botella con otros artículos. El robo fue exitoso, y nunca más robó nada, que yo sepa.

Matar

Asesinar a alguien es un asunto bastante complicado, suponiendo que la intención de uno sea pasar desapercibido y no ser descubierto. Si no fuera este el caso, matar sería algo bastante fácil. En realidad, es fácil. Lo difícil es resultar impune. En esto la conciencia no tiene mucho que ver. Y no es que yo sea malo, o desconsiderado. La conciencia aparece después de matar. Si aparece antes, es posible que nadie termine matando a nadie. La influencia culposa de la conciencia sí puede aparecer después del crimen, y representa el mayor peligro contra la impunidad del asesino, quien puede entregarse bajo su efecto a los brazos prejuiciosos, confundidos y pseudo-justos de la ley. Por eso es más probable que el que esté decidido a matar pretenda resultar impune (sea antes de asesinar a alguien, o después, tras ver lo que hizo y apreciar la gravedad de su situación).

Personalmente, no encuentro razones para suponer que matar a una persona sea peor que matar a un animal, por lo menos en un sentido moral. Digo esto porque la casualidad natural de que un ser humano sea capaz de discernir una escala de valores y decretar leyes que otros entiendan no es algo que disminuya la importancia de otra vida. El impulso biológico de (casi) cualquier criatura tiende a evitar la muerte y a satisfacer necesidades para existir. Esto es universal. Lo que sí podemos decir es que vivimos obligados por las reglas del juego, que prescriben la muerte de una persona a manos de otra, salvo en circunstancias excepcionales, y que estamos (casi todos) en capacidad de entenderlas. Por eso no matamos la mayoría de las veces. Y hay otras consideraciones psicológicas, pero lo que interesa en este punto es hablar de cómo matar, y nada más.

Por supuesto, no estoy a favor del asesinato de nadie, a pesar de lo que puede haber dicho, y lo que sigue no es nada nuevo para casi nadie tampoco. El mundo cultural está plagado de novelas policiales, películas y series de televisión que viven de explorar algunas partes de la naturaleza humana y del crimen. Así que una breve y muy poco formal síntesis no constituyen ni un manual ni un manifiesto criminal.

Lo primero que hay que considerar antes de matar a alguien (incluso antes del método) es el motivo. El motivo es lo que buscan los investigadores para relacionarlo a uno con el muerto y determinar si uno puede ser considerado sospechoso o no. Es muy probable que una esposa celosa sea capaz de matar a(l) la amante de su marido, si se llegara a enterar del romance. Y si la policía se entera de este romance, el motivo queda al descubierto y la esposa en la mira de la justicia. Incluso si la mujer hace matar a su marido estaría expuesta. Porque el motivo determina sólo la razón por la que alguien termina muerto, el quién, no. Puede ser que en realidad la amante haya asesinado al esposo por su reticencia a abandonar a su familia, y que la esposa, aún enterada del romance, no hubiera hecho nada para mantener la integridad hipócrita del hogar. En ese caso, la (o el) amante están cuenta con una gran ventaja, porque puede aprovechar la discresión tendida sobre la relación extramarital en su favor: la policía tardaría en descubrir lo que pasaba entre el muerto y el asesino mientras se entretiene con la esposa. Aunque puede ser que esto no pase así, ni en este orden, pero la situación sirve para explicar el concepto de motivo.

Otra cosa a tener en cuenta son los medios que permitieron el asesinato. Si el esposo infiel murió de un disparo, el descubrimiento de un arma en su casa sería una gran ayuda en la investigación para el muchas veces torpe brazo de la ley.

La cosa verdaderamente importante por la que nadie se preocupa, porque sin ella no habría muchas novelas policiales, ni películas, ni capítulos de muchas series, es el cuerpo. Sin cuerpo no hay asesinato, salvo que existan evidencias muy claras de que existió un crimen. Por ejemplo, una extremidad sanguinolenta en el suelo de la cocina o sobre la cama matrimonial. O si hay mucha sangre derramada, o una cabeza en la heladera. Todas estas son señales de torpeza (y brutalidad) si se encuentran lejos del cuerpo, donde fuera que se haya escondido, o a pesar de lo que se hubiera hecho con (el resto de) él.

Es en este punto donde aparece la cuestión del método. Hay muchas formas de matar a alguien. Las más viejas son los golpes, con las propias manos o un objeto, como una piedra, la estrangulación y las puñaladas con cualquier cosa afilada. En algún momento de la historia también apareció el envenenamiento, y luego las armas a distancia, como las flechas y los disparos de mosquetes, pistolones, fusiles, rifles, revólveres y pistolas, que entre hoy se encuentran entre los métodos más populares.

Las armas de fuego pueden ser la manera más cómoda porque hacen sentir poderoso al asesino y garantizan un éxito casi seguro, aunque mucho depende de la puntería, de los nervios y del acceso a una. Desde el punto de vista del anonimato del asesino, no son un método eficaz. Se trata de algo ruidoso y enchastroso la mayoría de las veces, salvo que uno sea un asesino consumado y tenga a disposición accesorios como un silenciador y conocimientos sobre dónde realizar los disparos para evitar el enchastre de la sangre. Claro que si ese fuera el caso de uno, también existirían formas de deshacerse del cuerpo y de otra evidencia incriminatoria.

El envenenamiento tampoco es un método conveniente. Si la esposa envenenase a su infiel marido con productos de limpieza o insecticidas sacados de la alacena, su presunta inocencia no tardaría en dejar de ser presunta. Y si fuera envenenado con venenos de verdad, entonces se demostraría que los signos de la muerte descubiertos en pericias posteriores apuntan claramente a un asesinato, a uno que fue premeditado y no fruto de la pasión del momento, a una mujer (porque las mujeres asesinas suelen envenenar a sus víctimas), con acceso a tóxicos del estilo del arsénico o el cianuro, y en una investigación paralela, si el motivo coincidiera con alguien que en la investigación hubiera demostrado tener acceso al veneno, la asesina sería prendida casi de inmediato. Esto sería peor en el caso de un médico o un veterinario, quienes saben qué se usa para matar silenciosa y sutilmente. No tiene sentido porque en el curso de la investigación esto se tornaría relevante y las pericias estarían dispuestas de manera que todo lo que estas personas pudieran haber hecho sea descubierto: drogas faltantes en sus gabinetes o en sus consultorios que podrían haber hecho el trabajo, alteraciones físicas que se buscan en una autopsia más profunda dada las características de los sospechosos, marcas de pinchazos para comprobar si se trató de una inyección fatal y demás cosas catastróficas para el criminal.

Y desde ya, los golpes y las puñaladas causan mucho enchastre. Además, para muchos asesinos calculadores y previsores, acercarse a su víctima puede ser un hecho psicológicamente importante y puede entorpecer o incluso disuadir el crimen. Si este no fuera el caso, una puñalada en cualquier parte del cuerpo haría correr torrentes de sangre difíciles de disimular (limpiar). Y es probable que una puñalada no alcance, y haga a la víctima gritar por su vida, a la gente que pasaba por ahí convertirse en testigos, y al asesino escapar torpemente por el ascensor con las manos llenas de sangre mientras veintisiete personas lo miran salir por la puerta de entrada del edificio, tomarse el colectivo en la esquina o parar un taxi mientras en el 4° C la amante se retuerce en el suelo agarrándose el estómago y grita ayuda y llamen a la policía.

Ahora, puede ser que en algunas circunstancias los golpes no ocasionen enchastre y sean un método más que efectivo. Pero denotan pasión, o desesperación, y los sospechosos no tardarían en aparecer.

La estrangulación es uno de los métodos menos enchastrosos y más eficaces. No involucra derramamiento de sangre, salvo que la esposa fuera una pianista y estrangulase a su marido con una cuerda de piano, y serían realmente silenciosos si uno apretara bien el cogote de su desgraciada víctima. Este método es eficaz sólo si existen planes para deshacerse del cuerpo. Si no, es tan inútil como los otros. Pero consiguen que no haya sangre en la escena del crimen, ni en la ropa del asesino, ni ruidos perturbadores que lleguen a oídos indiscretos.

En cuanto a deshacerse del cuerpo no hay mucho para decir. Se puede echar al agua, pero eventualmente saldrá a flote. Se puede cremar, pero hay que disponer de las cenizas y, sobre todo, de un horno que llegue a altas temperaturas como para reducir en poco tiempo un cuerpo a cenizas. Se puede dar de comer a animales salvajes, como es el caso en algunas películas. Se puede enterrar, o echar en cemento. Lo que es complicado es el traslado del cuerpo, sobre todo si uno vive en un departamento. Ahora que lo pienso, muchas de estas cuestiones relacionadas con el método y la desaparición del cuerpo se lograrían mucho mejor si el crimen se cometiera al aire libre, lejos de ojos y oídos curiosos o entromentidos, y cerca de un pozo o un riacho. Pero siempre existe la probabilidad de ser descubierto. Matar no está bien.

Entonces, lo importante es no ser vinculado a la víctima. En lo posible, el cuerpo debería desaparecer convenientemente. Ayudaría mucho que otra persona tuviera motivos para asesinar a la amante además de la esposa. Y si además pudiera existir alguna evidencia en su contra, eso sería genial. Por supuesto que el arma homicida tiene que desaparecer. Y si hay que acuchillar a alguien, mejor en el cuello y con papeles de diario en el suelo y cinta de enmascarar en las paredes y los muebles, y no sobre un suelo alfombrado.

Claro que siempre existe la posibilidad de matar como sea y tomarse el Buquebus a Uruguay y adentrarse en la selva al sur de Brasil y escapar para siempre y vivir culpable, pero esto no es prolijo como tampoco andar a los tiros a la salida de los cajeros automáticos.


1 comentario:

Vera F dijo...

increible tu artículo. muy divertido.