lunes, 23 de julio de 2007

Gente peligrosa

Hay frases que uno nunca creyó que diría en su vida, como por ejemplo "el viernes pasado me andaba buscando la policía". Claro que esto admite más de una interpretación, y por supuesto que si uno la escucha piensa lo peor del que la dice. El portero se preguntó en qué andaría yo "metido", porque los oficiales le dijeron que me estaban buscando. El portero y yo no nos llevamos bien. Y el perro tampoco se lleva bien con él. Basta que grite un afónico "¡Ahí voy!", respondiendo a las llamadas de auxilio de un inquilino atascado en alguno de los ascensores que fallan con frecuencia y se detienen de improviso, o que pase una boleta por debajo de la puerta, para que ladre y ladre, o se coma la boleta y la perfore con los dientes como si fuera un boleto de tren. Conscientemente, nunca lo ofendí. El perro sí le ha mostrado su desprecio más de una vez, y le tiene miedo. Pero el perro es un santo, aunque a veces pienso que si tuviese una oportunidad lo marcaría como un boleto de tren a él también. Imagino que el temor que le infunde el perro contaminó la imagen que tiene de mí. Así que la ver a la policía buscándome le habrá resultado interesante, cuando menos.

Cuando escuché sonar el portero el viernes a las cuatro y media de la tarde, supuse enseguida que se trataba de la policía. Como siempre que suena el portero, no atendí. Esto se debe a que nadie toca el portero en mi casa, porque todos los que conozco me pueden llamar por teléfono, o encontrarme en el celular, pero ciertamente no pasan de visita. Pero esto no debe interpretarse en el sentido de que estoy viviendo una romántica vida de prófugo, sino a que si era la policía, como yo creía, bien podrían haber tocado más de una vez. Pero el portero sonó en una ocasión por medio segundo.

Más tarde me enteré de que era, en efecto, la policía, porque el portero se lo contó a mi estimada madre cuando volvía de trabajar. Ahí fue cuando le dijo que la policía me estaba buscando, y él deslizó un casual "no sé en qué estará metido". Y todo esto hubiera sido bastante vergonzoso si yo estuviera vendiendo droga, o acechando turistas en Caminito para robarles una cámara digital, o si hubiera matado a alguien. De haber sido mayor la curiosidad del portero, y más apropiada, y sus reflejos más agudos para sacar conclusiones de lo que estaba pasando en realidad, se habría dado cuenta de que la policía me buscaba para notificarme de que debo comparecer el miércoles por la mañana en tribunales, "munido" de mi DNI, para declarar, no como imputado ni sospechoso, sino como denunciante (yo creo) de un hecho que se hizo (hice) parte de una causa bastante grande (aparentemente) y más o menos grave, en la que me vi envuelto sólo por coincidencias de carácter estrictamente laboral, estando en un lugar y tiempo determinados, de manera que si otra persona hubiera estado en mi lugar, es probable que su destino fuese el mismo que el mío.

El portero se habrá impresionado mucho con la segunda visita de la policía. La primera había sido en la mañana, cuando yo estaba trabajando, y la segunda, a la tarde. "Le dije que pasaran más tarde, que recién entonces lo pueden encontrar", le dijo a mi estupefacta madre, como si yo fuera un fugitivo y él me estuviera dando una oportunidad de escapar al horizonte para no volver jamás. Si le hubiera dicho el sábado al portero que estaba saliendo para la comisaría, me pregunto si me habría visto como un héroe, como un gángster que enfrenta galante y valientemente la horca, o si se habría dado cuenta de que yo no podía haber hecho nada malo (lo que debería suponer por el aire de inocencia que irradia mi aura todavía un poco infantil, más allá de que le tenga un poco de miedo a un perro que no es más que un boludazo grandote con voz gruesa). A lo mejor hubiera pensado que yo era un estúpido, cuando bien podría dejar todo ese incidente de la droga detrás de mí y escapar a vivir como un indígena en el Amazonas. Lo cierto es que no le dije nada, porque no me lo crucé, y cuando fui a la comisaría, creyendo que sería una buena idea recoger la citación en caso de que se hubiera cambiado la fecha o el horario en que me tenía que presentar (yo ya tenía una citación que dejaron en mi oficina los oficiales de la comisaría donde ya había radicado la denuncia, pero por la cual no había firmado), lo que en caso de que yo no estuviera enterado podría ser algo grave, ya que la policía me llevaría de los pelos a la fiscalía (tal vez con gran placer para el portero), una oficial de dudoso sexo femenino me dijo que la persona que se encargaba de los asuntos "judiciales" (una palabra terrible) recién se había ido, y que debería recoger la citación el lunes por la mañana antes del "reparto". Antes de irme le aclaré a la oficial que yo ya estaba enterado del asunto, porque de ninguna manera me iba a levantar a las cinco de la mañana para ir a buscar algo que ya tenía, y que era muy posible que no me dijera nada nuevo.

Así que fui hoy a eso de las dos y media de la tarde. Tuve que esperar largo rato, porque antes que yo había un turista alemán haciendo una denuncia, por supuesto, de robo. Lo acompañaba otro tipo, de catadura bastante sospechosa, porque por la forma en que se paraba al lado del turista, que estaba sentado en la única silla de la comisaría, se notaba que no era ni un amigo ni un guía turístico, ni un intérprete. Tenía cara de entregador. El alemán se defendía con el castellano, entendía cuando le hablaban y lo leía bien (él revisó la denuncia como le había pedido el oficial sin que su "amigo" tuviera que darle una mano), pero se expresaba muy mal. Al pobre alemán, que se llamaba Félix, le habían robado un MP3, 25 euros, 50 pesos, el pasaporte y la mochila negra donde guardaba todo eso. El sábado a la tarde, mientras caminaba por una calle a dos cuadras de mi casa, lo rodearon entre siete u ocho (como dijo él), uno le sacudió la mano debajo del buzo (él dijo que eso era un "arma") y el alemán le entregó la mochila sin dudar. Daba gracia escuchar al policía pedirle su número de teléfono de contacto en Alemania, y más todavía escucharlo al turista Félix dárselo. Olvidate, rubio.

Al final, como a eso de las tres de la tarde, el agente Barrios (qué apellido tan apropiado para un policía) me entregó la citación.

"Gracias por pasar a buscarla", me dijo. Y yo le dije que a mí me convenía, porque a ver si todavía me iban a buscar a mi casa para llevarme a declarar.

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