lunes, 29 de octubre de 2007

Rugby

(Trabajo para la materia Introducción a la Telemática y al procesamiento de Datos, cátedra Piscitelli, de la carrera de Ciencias de la Comunicación, Universidad de Buenos Aires)

Rugby.

Supuestamente jugado por primera vez en 1823 en la escuela de Rugby, universidad inglesa en cuyo honor se bautizaría el deporte, cuando un tal William Web Ellis, estudiante en dicha casa de estudios, durante un partido de fútbol, deporte que por entonces no tenía un conjunto de reglas escritas (y no las tendría hasta 1845), levantó la pelota del suelo y cargó contra sus adversarios en total desprecio de las “reglas” informales bajo las que se había acordado disputar el juego. El rugby fue reglamentado, legalizado y coronado como "deporte" en 1846.

El primer partido de rugby en Argentina se jugó en 1873, veintisiete años más tarde, luego de haber sido importado por inmigrantes británicos. La Asociación del Fútbol Argentino se crea en 1893, treinta años después de que se establecieran diez normas básicas.

En Inglaterra, el rugby y el fútbol fueron durante bastante tiempo la misma cosa indiferenciada.

El fútbol se practicaba con frecuencia en la Rugby School. Los estudiantes establecían unas normas básicas todos los años, pero antes de empezar cada partido se ponían de acuerdo sobre las reglas específicas que regirían el encuentro, por ejemplo, si valía alzar la pelota con las manos o tacklear al adversario. La picardía de Ellis estuvo en incorporar jugadas que hoy se atribuyen al estilo de juego del rugby, durante un partido para el que se habían acordado unas escuetas reglas, que hoy se asocian al fútbol moderno.

Hoy, además de la diferencia reglamentaria que separa a estos deportes que alguna vez fueran casi hermanos, existe otra que se relaciona con el modo en que se construyen valores alrededor de ellos.

Los valores están asociados al deporte de una manera tradicional, y es así que se habla de amistad, compañerismo y solidaridad, o hasta incluso de respeto, y no es inusual encontrar que alguno de estos términos aparezca en una frase cuando se habla de cualquier deporte. O incluso cuando se lo critica, o se cuestiona el desempeño de algún jugador, y en ese contexto aparecen palabras del tipo “comilón”, o imperativos desesperados, que se emiten de manera irreflexiva frente al televisor o la radio: “¡pasásela!”: ejemplos que denotan la evidente existencia de la “solidaridad” en esta disciplina, pero no sólo eso.

Al margen de esta cuestión, es interesante observar que los valores construidos alrededor del fútbol y del rugby, por lo menos en Argentina y a propósito del Mundial de la IRB disputado en Francia entre septiembre y octubre de 2007 (que es el motivo de este trabajo), son muy diferentes.

También las concepciones que se tiene de uno y otro deporte son bastante distintas entre sí.

Por ejemplo, existe la idea de que el rugby es un deporte aristócrata, jugado históricamente por las clases altas de la sociedad Argentina, como lo demuestra una nota de Mario Wainfeld publicada en Página/12 ("Más templado, quizá por su edad, el cronista repara en que casi todas las aristocracias derivan del poder o del dinero pero buscan fundar su legitimidad en el honor. Y, en veloz descenso a la coyuntura autóctona, registra que el Mundial de rugby coincide con un curioso momento. Aquel en que dos egresados de universidades privadas gobernarán uno de los distritos más importantes. Mauricio, ya se sabe, egresó del Cardenal Newman, un colegio que “es” también un club de rugby"), y discutida por un lector ofuscado en una carta de lectores enviada al diario La Nación, recogida del portal “Periodismo de Verdad”.

Por esto yo encuentro interesante rescatar la historia del fútbol y del rugby, dos deportes que se institucionalizan casi al mismo tiempo en la Inglaterra imperial y la Argentina del modelo agro-exportador de la que tanto se ha escrito, gracias a las corrientes inmigratorias, inseparables de los desarrollos tecnológicos y sociales que se daban por entonces en este, nuestro país periférico de entramados de hierros paralelos que crecían, y de bosques de quebrachos que se extinguían al mismo tiempo.

Las razones que hicieron del rugby un deporte preferido por la aristocracia (algo que tampoco podríamos afirmar si es tal como lo dice Wainfeld), no tienen importancia, al menos para hablar de los valores. Porque el asunto está en cómo se ha difundido la imagen de lo que “supuestamente es” el rugby en las publicidades televisivas (o “spots”, si se prefiere) que se fueron distribuyendo con obsesión creciente en las cadenas de televisión por cable ESPN y ESPN+ a medida que el Seleccionado Nacional derrotaba a sus adversarios.

Publicidades

Resucitando estrofas del Himno Nacional



En esta publicidad de VISA, sponsor oficial del Seleccionado Nacional de Rugby, se apela a un sentimiento nacionalista a partir de estrofas olvidadas del Himno Nacional. El efecto no es casual. La letra del Himno, escrita por Vicente López y Planes, en su versión completa y original, muy poco diplomática para los estándares de hoy en día, era fruto de una inspiración patriótica. En 1813 la Nación pasaba ciertamente momentos decisivos. El acierto de la agencia publicitaria es casi milagroso, y hasta conmovedor: una ensalada de sentimientos argentinos aderezando un suculento primer plato deportivo, irresistible para la mayoría: un equipo argentino (de lo que fuere) disputando una competencia de nivel internacional contra otros equipos no argentinos (de lo que fuere).

(La letra completa y el Himno en MP3, acá.)

Es interesante recordar que el deporte no se encuadra en lo que se considera una categoría "profesional". El rugby no es "profesional". Es, por el contrario, amateur. Esto significa que los jugadores de rugby participan por amor al juego, y no reciben por ello remuneración alguna. Esto, que puede ser visto como algo de sumo peso emocional (nada más emotivo que un grupo de 15 jugadores "matándose" en el campo de juego por pura pasión al juego), no es explotado en términos publicitarios.

Ave María Purísima



En esta publicidad de la cerveza Quilmes, Omar Hasan, pilar de los Pumas, le pone voz al Ave María de Schubert, de presencia extradiegética, que suena reverencialmente mientras los jugadores de rugby vuelan por el aire y los rostros de los argentinos se contorsionan y deforman de dolor.

El empleo de la música anempática se vuelve un recurso notable. El sensible arte de Schubert acompaña escenas de "violencia" que contradicen el aire majestuoso y espiritual del Ave Maria. En esta contradicción aparente entre imagen y sonido se encuentra el efecto que el spot busca generar en el espectador. La pasión y la entrega (el sacrificio, el dolor, el rendir físicamente cuando "no se puede más"), valores deportivos asociados al rugby, flotan entre los acordes sencillos y sentimentales de Schubert. Los argumentos de Wainfeld se perfilan ansiosos por aparecer cuando un comentario un poco metadiscursivo (inserto en forma de texto lingüístico) dice de lo que acabamos de ver "Sponsor de 15 animales/con corazón de caballero". Y entonces se puede especular libremente sobre si la elección del Ave Maria responde a lo que se entiende por "alta cultura", y si la asociación (de sentido común o no tanto) de dicho estrato cultural con las clases altas (y medio altas) se evidencia en la elección de la composición; o si por el contrario, lo "caballeresco" aparece en oposición al fútbol, un deporte que, al menos como lo considera el sentido común, se ahoga en actitudes deplorables que carecen de deportividad, si lo "caballeresco", en definitiva, se trae a colación como otro valor, que se asocia a las clases aristocráticas.

Yo diría que al menos en parte (haciendo un análisis superficial) esto no es así porque el Ave Maria de Shubert trabaja en un nivel emocional: no solicita conocimientos de música clásica de principios del siglo XIX porque no desa ser decodificado como símbolo de cultura, clases altas, aristocracias represoras y deportes sanos y decentes, que, por otra parte, es en cierta forma el objetivo que persigue Wainfeld en su nota (sus consideraciones en el artículo periodístico no guardan ningún tipo de relación con lo que yo estoy diciendo acerca de la publicidad, pero sí del rugby como deporte aristocrático). Más allá de la frase que se regodea en reconocer la propiedad, atribuida popularmente a la música, de que es el idioma universal, en este caso la melodía habla por sí sola en cualquiera de las dos consideraciones que se pueden hacer sobre su función en la publicidad:

  • Si la música está ahí para contrastar la belleza celestial con la violencia terrenal, encarnando valores positivos y admirables entreverados entre tackles y golpes (música anempática, extradiegética al menos antes de la aparición de Omar Hasan y la pequeña orquesta);
  • Si la música aparece ligada a los valores culturales, para oponer lo delicado a lo grosero o brutal de las imágenes que la acompañan.
En cualquiera de los dos casos, no hace falta ser un experto musical (ni un culto aristócrata) para entender lo que se intenta demostrar, ni lo que la publicidad busca enaltecer.

No hay razón




El intento más parecido a una reivindicación del carácter amateur del deporte y su estrecho vínculo con la pasión, es el (otro) spot de Quilmes que denomino, a falta de un título concreto, "No hay razón" (aunque la versión disponible en YouTube sea la que se puso al aire con motivo de un Test Match entre Sudáfrica y Argentina disputado el año pasado, la publicidad es la misma que se difundió durante el transcurso del Mundial). Como en el otro spot de Quilmes, el dolor es lo que contrasta con el valor pasional. "No hay razón para que a una madre le duela el tackle que se comió su hijo"(...) "No hay razón para jugar al rugby, porque al rugby... se juega con el corazón".

Encuentro que la publicidad funciona en un cierto nivel de ignorancia. Su "target" se revela parcialmente en el estilo. El rugby se presenta a los admiradores y seguidores frecuentes del fútbol (en cierto sentido, es el único deporte) como una extravagancia salvaje. Ver rugby se convierte en la contemplación audiovisual mediatizada de una guerra entre dos bandos de quince "animales con corazón de caballero". Es evidente que esta perspectiva con la que se pretende vender el deporte sólo puede apelar a quienes son legos e ignorantes en las mañas del rugby. Porque a pesar de todo, sus reglas son muy estrictas en cuanto a los despliegues de violencia, cuyos excesos penalizan con dureza, aunque los jugadores los cometan en el fragor de la competencia.

La realidad del rugby es diferente. Pero el parámetro desde donde se lo contempla es siempre el del fútbol.

Soy un Puma



Adidas presentó la publicidad "Soy un Puma", en la cual diferentes personas se enfrentan a situaciones que ponen a prueba su tolerancia al dolor, su resistencia física o su coraje. De manera parcial, al menos, se está fortaleciendo la misma idea que proliferaba en la anterior publicidad de Quilmes, como si la resistencia física, por ejemplo, fuera una característica asociada solamente al rugby. Se comprueba nuevamente el carácter pedagógico del spot, que ilustra a un público considerado en gran medida conocedor (¿sólo?) del fúbol, en qué consiste esto del rugby.

La pregunta es por qué resulta necesario ilustrar a un público conocedor (y ávido) de fúbol sobre el rugby. En parte, la respuesta es que debido a la presencia del Seleccionado en el Mundial de la IRB disputado en Francia, aunque también a que el espectador argentino de deportes goza al ver un seleccionado nacional disputarse un premio contra otros seleccionados, como se planteó más arriba. Este fenómeno es incluso más apreciable en el espectador argentino que no sigue con frecuencia los deportes. En tal caso, el Mundial, y las competencias internacionales de un tenor similar, pueden ser el único contacto con lo deportivo, por lo que es necesario construir un imaginario (una ficción, como diría Vicente Verdú) en el que se proyectarán los valores intrínsecos a la competencia deportiva.

Esto se evidencia en el siguiente spot publicitario.

No me arrepiento



Es muy probable encontrar que la pasión por un deporte está profundamente arraigada en (al menos) un sector del público cuando se la refiere en una publicidad que es acompañada por una canción de enamorados de hormonas en ebullición: se trata de la versión de un tema de Gilda que Ataque 77 interpreta en el anuncio de Quilmes.

El último spot hace de la pasión televisada y envasada una cuestión casi poética.

Benditos




De nuevo, Quilmes, sponsor oficial de la Selección Argentina de Rugby y de Fúbol, prepara un anuncio de poesía majestual, narrado por una voz desesperada cuya relato en off pone la piel de gallina. A modo de interpretante de las escenas de pasión y locura que describieron las imágenes y la narración, como un metadiscurso que pretende significar qué de qué se trataba todo eso que se aprecia en el montaje emotivo, sobre el final de la publicidad se oye lo siguiente:"...bendito ese momento que nos regala el fúbol, de poder cambiar nuestro destino, y sentir, otra vez, y frente al mundo, lo glorioso, y lo grosso, de ser argentino".

Es un sentimiento de nacionalidad que difiere mucho del que se habría imaginado Vicente López y Planes poco menos de doscientos años antes.

Resulta muy interesante ver ambos deportes cómo se comportan a la luz de las publicidades, que exhiben en gran medida lo que es el sentido común.

Ya lo dijeron algunos de los usuarios de YouTube que vieron la publicidad "No hay razón":


El usuario "Pipa30" está poniendo de manifiesto la tendencia creciente por la que se construye el nacionalismo. Él dice que apoya a los Seleccionados de rugby y de básquet, otro deporte que ha resurgido en la agenda mediática luego de una lujosa e impecable actuación en los Juegos Olímpicos que se disputaron en Sydney en 2004.

La maquinaria publicitaria que se pone en marcha revela que todo esto se trata sólo de una ficción. Algunos valores asociados al deporte son sinceros, pero la mayoría de los que enaltecen las publicidades son falsos. Están representando una realidad que no existe. No es ni siquiera una realidad distorsionada, es una realidad que, simplemente, no existe en ninguna parte.

La realidad del rugby es otra, menos violenta de lo que parece. El famoso ritual del tercer tiempo no hace más que apoyar este argumento. Se trata de la reunión de los jugadores de ambos equipos involucrados en el partido para distenderse en compañía de sus rivales. Puede hablarse de caballerosidad. O de cortesía. Un jugador violento no tiene lugar en los partidos de rugby. Esto es obvio. La agresión no es agresión, y no es personal. La "violencia" no escala en más "violencia", porque no existe. Y a la luz de esto, el "coraje" es menos "coraje", y la pedagogía publicitaria para persuadir al lego de que todo es una batalla campal en la que hay "coraje" y "violencia", revela que no importa el rugby. Lo que importa es la camiseta. La bandera. Lo "nacional". El ego.

Es un mal argumento el que habla del rugby como propio de una aristocracia, porque lo opone de alguna manera al fútbol, que es "popular" y del "pueblo" (porque popular cuando se habla de fútbol significa otra cosa); un fútbol que hace más negocios que el rugby, al menos en este país. Y los jugadores, estrellas (a veces millonarias), seres individuales, muchas veces sin idea de cooperación, ni de trabajo en equipo o solidaridad, son parte de una especie de aristocracia que el argumento ignora de manera misteriosa. El fútbol no es un deporte del pueblo que representa al pueblo. El "pueblo" está muy lejos de esos jugadores que supuestamente están en su lugar cuando se enfrentan a otros jugadores, que uno cree que están en lugar de otro "pueblo".

(Algunas notas recopiladas sobre esta cuestión, incluyendo la de Wainfeld.)

3 comentarios:

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