jueves, 11 de octubre de 2007

Visiones


Tenía que ir a trabajar.

Me bajo del colectivo en un lugar desolado, atravesado por franjas de intemperie y civilización: campo, avenida, bulevar, avenida, calle de casas bajas. Así es el camino. Apenas pasando el refugio de chapa que hace de parada de colectivos, había dos perros. Uno estaba echado entre los yuyos, el otro parado al lado suyo. Uno era blanco. El otro, marmolado. Se me hizo la idea de que el blanco era una perra y que el otro era el único pretendiente que ella dejaba estarle cerca. No los vi bien, salvo estos detalles. De la perra me acuerdo el hocico medio rosado, del marmolado la pinta desgreñada, y también me acuerdo de que llevaban puestos collares.

La avenida es ancha, transitada y salpicada de parches verdes de pastizales y árboles frondosos en una orilla, y de expresos y fletes en la otra, y en el bulevar del medio pastan caballos y yeguas y caballitos y de vez en cuando también unas ovejas. Supuse que los perros habían cruzado desde la forrajería y retozaban en los intervalos del amor desesperado y la libido frenética que el celo de ella despertaban en él.

Cruzaba la calle cuando sentí un aullido tremendo. Me di vuelta y vi que la perra lloraba. Se mantenía de pie con las patas de adelante, y arrastraba medio cuerpo y las dos patas de atrás, que se habían derrumbado. La perra giraba y lloraba. El perro marmolado la miraba desde la vereda.

No sentí una frenada. No sentí un golpe. No vi sangre. Me volví a dar media vuelta y seguí caminando. Al rato no sentí más llantos. Hay cosas que no soporto. Y cuando pasan, no sé qué aura extraña se traen, porque no sé si esto lo pasé o lo soñé esta mañana. Son como visiones.

Y yo sé que pasó. Pero así y todo, la sensación es otra.

1 comentario:

Sol! dijo...

Qué extraño... me pregunto si estará bien o si fue una visión (?).