sábado, 10 de mayo de 2008

Opinología

He leído por ahí una intención, quizás acertada, de dar una etimología del término "opinología". Allí se dice que se hacen llamar opinólogos quienes dan (o gustan de dar) sus opiniones en medios masivos de comunicación. Agregando bastante poco, se aclara que la etimología de "opinología" deriva del vocablo latino opinari, que significa, sorpresivamente, formarse una opinión. El sufijo indica ciencia o estudio de, lo que tampoco es demasiado nuevo.

Y no es que el examen etimológico esté mal, sólo que su explicación metatextual no alcanza para explicar demasiado sobre el uso del término y su validez, o su aplicabilidad social. Incluso creo que su definición puede tomarse como la justa interpretación de una legitimada disciplina que no sirve para nada, y es absoluta y completamente deleznable.

Yo quisiera que alguien me explique de qué sirve tener gente que profese la opinología, cuando la opinología debería ser algo más bien privado, porque, para ser sinceros, ¿a quién le importa la opinión de alguien que habla en un medio masivo de comunicación? Y diferenciemos, por favor, opinología de opinión. No es muy difícil interpretar el sentido del primero como una especie de compulsión a la expresión de una o varias opiniones, y el segundo como una opinión concreta.

Se me hace que los medios masivos de comunicación no son el lugar de la opinología bajo ninguna de sus formas, y de la opinión sólo con sumo cuidado, y siempre que pertenezcan a doctos, intelectuales o gente que, de una u otra manera, esté bastante entendida en aquello de lo que habla. No hablamos acá del "síndrome del notero", que permite el que las opiniones de doña Anacleta, pateando las puertas de la quinta de Olivos, lleguen al otro lado de una pantalla de fósforo incandescente.

Creo que la gente confunde mucho saber de algo con opinar de algo. Un telemarketer o una recepcionista miran la torre inclinada de Pisa y dicen "Se cae". Un ingeniero dice que no se cae. Está claro que la opinión del telemarketer o la de la recepcionista (que probablemente sean la misma) no tiene mucho valor.

Ahora bien, tampoco importa cuando hablan de economía. O de cómo se origina la violencia. O de la educación. Y un largo etcétera. ¿Por qué será que muchos (probablemente una gran mayoría) no se sienten inclinados a opinar de ingeniería, o matemática, o química, pero sí del resto de cosas que, por estarles más cercanas, sienten menos indescifrables?

Cada quien puede opinar lo que quiera. Cierto. Pero a no confundir la opinión con su validez, no, mejor dicho, su peso. Por eso dicen ciencias duras y ciencias blandas. Contra las duras rebotan todos. Contra las blandas no tanto. Pero en realidad sí, aunque en realidad no.

Y gran parte de la culpa quizá la tengan, crease o no, los programas de fútbol. No los deportivos, más allá de que los periodistas deportivos se hagan llamar así aunque no sepan más que de fútbol; lo limitado de sus conocimientos, y la estrechez real de su título no han de manchar el título de los programas televisivos.

Todos saben lo que le falta a un equipo. Todos saben lo que le falta a la Selección. Todos saben todo. Es que simplemente nadie los escucha, que las cosas así irían bien. Todos ganarían, por ejemplo. Hasta los hinchas saben más que los técnicos, los jugadores y hasta los entrenadores. Es el culto de la opinología.

Entonces el hincha apaga la tele, o cambia de canal, y como opina de fútbol sin saber, lo mismo hace con la economía. Y un notero le hace tragar el micrófono, y dice algo, y alguien escucha, y alguien opina, y alguien saca una cacerola por la ventana y empieza a golpear taca taca taca.

¿Y?

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