domingo, 14 de octubre de 2007

Tanatofilia 4

Nota (advertencia): lectura bajo su responsabilidad.

Cuando estaba en séptimo grado, o más o menos por entonces, siempre volvía caminando desde el colegio hasta la casa de mi abuela junto a un amigo. Bajábamos por la avenida San Juan y mi amigo doblaba en Perú, y después yo seguía hasta Bolívar o Defensa, donde doblaba hasta Cochabamba y caminaba tranquilamente por ahí hasta Paseo Colón.

Una vez, mientras caminábamos y hablábamos de las cosas que pueden hablar los chicos de esa edad, más o menos por esta época del año, supongo, porque estaba templado y había un sol impresionante en un cielo sin nubes, vi un ramo de rosas tirado en medio de la avenida. Estaba justo después de cruzar la calle Perú. Me acuerdo de haber pensado lo raro que era ese ramo de rosas tirado en medio de la avenida. Pero después, mientras me iba acercando y una vez que mi amigo había doblado en Perú, me di cuenta de que eso que parecía un ramo de rosas no era un ramo de rosas (y este es un buen lugar para que la mayoría de las personas deje de leer: que conste). Eso era medio perro, ni más ni menos.

Por supuesto que la imagen se me quedó bastante tiempo pegada en la memoria, pero hoy me acuerdo sólo de la anécdota. Y aunque no es una buena anécdota, es una de esas que hacen una especie de quiebre entre un antes y un después. Eso seguro. Pero no cuento esto para que se interprete un mecanismo de puesta en evidencia de una obsesión recurrente. No. Una interpretación de este tipo es ilícita. Porque muchas veces, cuando uno oye hablar a otro de este tipo de cosas, y con estos detalles (en este caso implícitos en la metáfora de un ramo de rosas, que, por otro lado, es algo muy estético, un ícono refinado en lugar de un objeto bastante mundano, como podría decir Peirce, a quien me vi obligado a estudiar bastante), asume sin demasiado juicio que tales palabras son fruto de un mal gusto o de un pensamiento triste. Eso es un prejuicio; el famoso pre juicio. Los que piensan así deberían conocer el suicidiario, y buscar la historia de Ciro Eugenio Milani.

Esto es algo distinto.

Esta anécdota no es tan importante tampoco, porque no fue esa la primera vez que veía un animal muerto. Los había visto antes, más de cerca, y los vi después, en muchas condiciones diferentes y diversos grados de destrucción, y los sigo viendo. ¿Quién no vio una paloma destrozada en medio de la calle? ¿No es una vista horrible?

Esta imagen marcó un antes y un después en términos más bien anatómicos, redefiniendo todo lo que uno hubiera podido pensar sobre la velocidad, los golpes, los traumatismos y los ramos de rosas que se salen de la florería o del jardín de una manera que uno jamás hubiera creído posible.

Yo soy una persona curiosa en un sentido que posiblemente sea bastante reprochable. Así es que hablo de estas cosas, y es por ser curioso y tener intrigas y querer averiguar, no por una obsesión con el tema. Y lo cierto es que no es un tema lindo, sino todo lo contrario, uno que más bien se aparta de cualquier conversación casual. Y es esto lo que me llama la atención. Porque yo creo que cuando uno se enfrenta con estas cosas nunca las puede asimilar de una forma más o menos civilizada.

Hay una forma más clara de decirlo.

El jueves había visto un perro vivo antes de cruzar la calle, y a mitad de camino sentí un aullido como si lo hubieran atropellado. Me di vuelta, lo vi arrastrar las patas de atrás y medio cuerpo, pero seguí caminando y divagué un rato. Me quedé con angustia (me gustan los animales, a pesar de todo lo que pueda llegar a decir), pensando si a lo mejor no lo había mordido el otro perro con el que andaba, o incluso creyendo que se hubiera lastimado al tropezarse donde había una alcantarilla. Llegué a preguntarme si de verdad existía la boca de una alcantarilla en esa vereda. Pero no sabía. ¿Cómo no iba a saberlo, si caminaba por ahí todas las mañanas? Se me ocurrió que probablemente sí, porque si de verdad habían atropellado a ese perro era muy probable que se hubieran llevado por delante la cabeza antes que las patas. Se arrastraba a la orilla de vereda, no en el medio de la calle. Caminaba yo todavía, pensando en esto, cuando no escuché más aullidos, y supuse que no había sido nada grave. A la tarde, mientras estaba yendo de vuelta a la misma intersección donde la avenida se junta con la calle de casas bajas, empecé a buscar el cuerpo de algún perro blanco tirado por ahí. Iba llegando a la esquina cuando vi un montoncito arrumbado sobre el descampado frente a un edificio de ladrillos abandonado, pero era una bolsa de basura. Tuve el corazón en la garganta hasta que distinguí de qué estaba hecho ese montoncito arrumbado. Cuando llegué a la parada del colectivo intenté no mirar hacia la vereda del frente, donde había visto horas antes al perro blanco. Era una de esas cosas que uno no quiere hacer, pero que sí quiere hacer en el fondo. Si lo hacía y lo encontraba me iba a angustiar, y si no lo hacía, probablemente me quedaría con la intriga de saber qué había pasado en realidad. Y eso era lo peor. Porque era quedarse con menos que nada. Así que miré. Lo busqué un montón pasando la vista por todos lados, por el tinglado de chapas torcidas que hace de refugio donde paran los colectivos, en el montón de pasto crecido a la vera de la ciudad deportiva de San Lorenzo, por el bulevar en medio de la avenida, hasta que lo encontré tirado en el mismo lugar que lo había visto retorcerse por última vez a la mañana. Estaba echado de medio lado sobre la franja de adoquines por donde fluyen las aguas podridas y aceitadas a la vera del pavimento de la avenida. Yo le alcanzaba a ver la espalda. Tenía un collar amarillo. Era una escena muy bizarra. No había ramo de rosas. El perro estaba como dormido. Pero yo sabía que no estaba dormido porque llovía, y hacía frío, y un perro no se hubiera echado a dormir entre las aguas podridas en un día de frío y lluvia (ni nunca, para tal caso). Era muy obvio. Es interesante la escena, saber que algo está muerto porque no hace lo que haría algo que estuviera vivo.

¿Te parece horrible leer esto? A mí también. A lo mejor te pasó lo mismo, o viste algo parecido. El que yo lo diga no lo hace ni más ni menos feo. Yo creo que es así. Me cuestiono por qué alguien habría de escribir algo así, pero la pregunta es por qué no habría uno de hacerlo. ¿Por qué no? El mal gusto no es razón suficiente. Cosas como estas pasan, y uno las presencia y no tiene más remedio. Uno no puede andar negando las cosas de la vida aduciendo "Ah, no, eso es de mal gusto", y borrando los recuerdos así nada más. Como si nada. Todo lo contrario: pienso que es necesario hablar de esto.

El que yo hubiera armado toda una estructura de argumentos y suposiciones, cuestionando si era cierto lo que había visto o no, el que no supiera si había una boca de alcantarilla y todo lo que pensé para no pensar lo que era obvio, demuestra lo alejado que uno está socialmente de estas cosas. Mi cordura y la entereza de mi estado mental (al menos respecto a las cuestiones tanatofílicas) se demuestra en eso.

Por eso los libros de autoayuda (algunos) se venden tanto. Llevan títulos como "Superando el duelo", o "¿Qué hacer? Se me murió mi mascota/marido/esposa/padre/madre/hijo: reflexiones para vivir", y cosas así. Si necesitás una guía práctica para lidiar con estas cuestiones es porque no existe un contacto verdadero con esas cuestiones. Pero lo peor de todo, es que cuando uno tiene, lamentablemente, un contacto con esas cuestiones, es probable que no asimile las perspectivas existenciales, o sobre la vida y la muerte, o lo que sea, para enfrentarlas en el futuro con mayor dignidad y entereza emocional. Uno las entierra y se las olvida. Por eso es interesante leer antropología, en vez de libros de autoayuda. Las formas de lidiar con las cuestiones de la muerte son muy distintas, a veces son hasta motivo de celebraciones, en el buen sentido.

Es probable que la televisión y el cine nos pueden llegar a alejar de estas cosas. Porque la muerte no es como aparece en las películas, y por eso yo creo que nos asustamos o nos disgustamos mucho cuando la vemos de cerca y en serio. Creemos que es una cosa, cuando en realidad es una muy distinta. Las verdaderas experiencias se ven reemplazadas por representaciones ficcionales, que terminan por llenarnos de terror y desesperación (ya había dicho algo de esto).

Si leíste hasta acá, es probable que necesites reírte un poco. Así que tengo dos lugares que podrías visitar: el blog no oficial de un fanático de Liniers, y el blog de Alberto Montt, un muy talentoso humorista gráfico que me hace descostillar de risa. Y a esta altura, voy a escribir una nota al comienzo de la entrada para advertir al posible lector que esto no es muy lindo de leer.

2 comentarios:

Dra. Nada dijo...

muy buen post.

Unknown dijo...

A mí si me parece muy lindo de leer.
Es muy notable (que palabra seria che) la forma en que entretejés los pensamientos para formar la mantita-opinión, mientras contás una anécdota.

Y no me parece que sea de mal gusto hablar de animales muertos ni de cualquier otra cosa, cuando el fin es la reflexión o un simple "viaje" literario. Lo "lindo" si se puede usar una palabra tan tibia es, la forma en que te expresás.
La comparación ramo de rosas-perro aplastado es sencillamente genial.

Volviendo a lo anecdótico, yo vivo a una cuadra de la vía del tren San Martín. Cuando volvía del secundario y bajé para cruzar el paso a nivel, me encotré -para mi sorpresa- una pierna.
Habían atropellado a una mujer hace algunos minutos, y los bomberos no llegaban todavía.
Nunca hice grandes reflexiones al respecto, y tampoco escribí sobre eso, creo que debería hacer algo al respeto.

Muy interesante leerte,

salu2!